martes, 21 de febrero de 2012

Cayena

Pocoyó y Bob Esponja
Burgos

Pedro Ampudia


Pasear ayer domingo por las calles de España tenía el inconveniente de no poder distinguir dónde acababa el carnaval y dónde empezaba la lucha obrera y viceversa. Andaban los trabajadores de descanso dominical disfrazados de Pocoyó y Bob Esponja y los liberados sindicales disfrazados de trabajadores. Diga lo que diga el New York Times, lo que nos queda del franquismo no son los magistrados del Tribunal Supremo, sino este sindicalismo vertical y paniaguado que cambió el azul mahón por el marrón de las cazadoras de piel, los detentes por pins y el "Prietas las Filas" por algún soneto pobre de Sabina.

Han sustituido el carajillo del desayuno para entrar en calor y el
"sol y sombra" del almuerzo por los gin-tonics de Hendricks y London en los Afterwork que en las inmediaciones de las sedes sindicales deberían llamarse Afternowork. Esto de los liberados a mí me ha parecido siempre una de esas historias de Gila llamando al enemigo. "¿Es el enemigo? Oiga, que tenemos ahí veinte quintacolumnistas. ¿Que si les pueden dar de comer?". Un chiste.

Viendo lo de ayer nos damos cuenta de que este sindicalismo y esta izquierda en general hace tiempo que perdieron la batalla de la ética y han perdido ya la de la estética. De la imagen de "Il Quarto Stato" de Pellizza di Volpedo que hiciera famosa Bertolucci en Novecento a las banderas balinesas que abrían la manifestación de ayer en Madrid y que parecían sacadas de un chiringuito de Ses Salines media un mar de tiempo en que las reivindicaciones pasaron de buscar mejores condiciones para el proletariado a servir de excusa para la molicie de los líderes sindicales.

El sindicalismo anti-franquista y de la transición mantenía, al menos, cierta respetabilidad dada por los años de cárcel, el destierro, los jerseys de cuello alto tejidos por Josefina Samper y la responsabilidad de un patriotismo bien entendido. Aquellos hombres, equivocados, tuvieron el coraje cierto de luchar por su ideal a pie de calle, alejados de las comodidades que algunos de sus camaradas vivieron en los palacios marmóreos de los soviets. Poco tiene que ver el estoicismo de aquellos Camachos y Redondos con los Rolex y los cruceros de estos Méndez y Toxos. Cándido cantando lo de la famélica legión parece propio de una chirigota de Cádiz, cuando suponemos que la última vez que el ugetista sudó fue por culpa de un exceso de cayena en los callos. Los parias de la tierra y tal.

En La Vida por Delante