martes, 28 de febrero de 2012

Kamba


José Ramón Márquez

La suerte que tiene uno con morirse es no tener que aguantar a los que vienen detrás, y en ese sentido Camba tuvo la suerte de no tener que verse jamás frente a un tertuliano, importunándole en su rinconcito de la rotonda del Palace.

Nació Camba cuando debía y las palmó también en su momento, hoy hace cincuenta años, y así tuvo la suerte de no tener que ver lo que a algunos, que estamos totalmente fuera del tiempo, nos ha tocado vivir, nos ha tocado ver.

A Camba le debemos devoción, aunque no sea más que por habernos legado la más delicada descripción de la II República que jamás se haya hecho. En su ‘Haciendo de República” están pintados a lo vivo los españoles para enseñanza de las venideras generaciones; ahí, en su preclara escritura están puestas de manera tan descarnada como desapasionada, como en una taxonomía, las fuerzas que mueven la hispánica maquinaria: la envidia, el logro, la vanidad, el poder, el dinero, la señora…

Camba, periodista que odia escribir, retrata en sus cuartillas con su ironía finísima de sabio gallego toda la pequeñez de un país estrecho, enano, de un país sin grandeza cuya mayor característica es el odio; y retrata, con esa escritura brillante que no le sirvió para llegar a la Academia, a este país de liantes, de tertulianos envanecidos en sus sueldos recibidos a base de cantar las verdades del barquero, de sostener una cosa y la contraria, de señalar lo que hay que hacer sin mover un solo músculo para hacerlo. Camba supera de largo a Valle, primero porque él pasa a mil por hora de hacer literatura, y segundo porque donde Valle ve el esperpento, Camba ve sólo la realidad sin necesidad de los espejos del Callejón del Gato, como la vería cualquiera que no sea capaz de no dejarse hipnotizar por esas brujas modernas; el dinero, el titular fácil, el que habla desde dentro de un odre, el que sabe de tó. Para Camba es preferible entrevistar al Apóstol Santiago.

En el vapor Reina María Cristina, de la Compañía Transatlántica, el día 21 de diciembre de 1902, procedente de Argentina y escalas, desembarcan en Cadiz diez sujetos deportados a los que la policía toma filiación. Declaran que se habían dedicado “a predicar en la prensa y en los mitins autorizados por las leyes las ideas socialistas […] En el último mitin celebrado se defendió la jornada de ocho horas, a fin de que pudieran encontrar trabajo los 50.000 obreros que se hallan parados…” El quinto de los detenidos, no hay quinto malo, se llama Julio Camba Andreu, de 18 años de edad, natural de Villanueva de Mora (sic), Pontevedra; por delante de él va uno de Vélez Rubio, y por detrás otro de Recabe.

De Camba hoy día, en la prensa, no queda nada.