martes, 28 de febrero de 2012

Julio Camba, tal como le conocí



Manuel Aznar
Abc
Jueves, 1 de Marzo de 1962

Escribió a mi lado durante varios años. O yo escribí al lado de él. Da igual. Me llamaba director, pero nunca lo fui de verdad, porque a Julio Camba jamás le dirigió nadie. No recuerdo haber conocido un espíritu más independiente y más libre.

Llegaba con su sonrisa burlona y con su mirada recelosa, entregaba sus dos cuartillas chicas, que ésa solía ser, por lo general, la dimensión física de sus artículos, y se sentaba a comentar quisicosas de la ciudad, burlas y chanzas de los escritores de su tiempo, bromas, a veces un poco amargas, sobre sí mismo. Y fumaba sin tregua.

Creo que en Julio Camba se nos frustró un gran crítico literario. Un crítico de sin par penetración. Su cultura era vastísima. Había leído mucho y meditado largamente sus lecturas. Más de una vez escuché interpretaciones realmente originales a propósito de un escritor español, o inglés, o alemán, o francés. Su visión del mundo de las letras me pareció siempre de una extraordinaria novedad.

Se le decía: "¿Por qué no escribe eso mismo que me está explicando?"

Y contestaba apenas con un gesto, con una evasiva cuchufleta, o sentenciaba, no sin cierta acidez:

-No vale la pena. Nada de esto le importa a nadie. Y, probablemente, tampoco nos importa a usted y a mí.

Fue muy grande amigo de los escritores consagrados que llenaron la vida de nuestras letras durante los cuarenta primeros años del siglo... Unamuno, Maeztu, Ortega y Gasset, Baroja, Valle-Inclán... Y de otros que, gracias a Dios, todavía viven. No podría decir a cuál de ellos admiraba Julio Camba, ni si realmente hubo alguno que conquistó su admiración. De todos veía el rasgo inevitabelemente crítico, o cómico, o deleznable, que no falta en ninguna personalidad, por altos que sean sus títulos y sus merecimientos.

Parecía un auténtico escritor sin afición a escribir.

"Y toda su obra, tan abundante y tan rica, ¿se puede explicar sin afición, es decir, sin vocación?", le interpelábamos unos y otros.

Respondía: "Igual que se explican las jornadas de los picapedreros."

El caso es que en cuanto llegaban unos días, o unas semanas, o unos meses relativamente propicios para su individual y escaso peculio, costaba Dios y ayuda arrancarle un artículo.

Tenía del arte de escribir una idea tremenda, en cuanto a lo difícil de la tarea del escritor. Escribía dramáticamente en broma. En fin de cuentas, prefería no escribir y limitarse a la contemplación de la vida en torno, escéptico de casi todo, aferrado a tres o cuatro sensaciones primarias. Creía poquísimo en las glorias de este mundo.

Recuerdo que le vi en Portugal, retirado en su habitación de hotel, horas y más horas en la cama, dedicado a leer novelas policiacas. Allí estaban, incitando su curiosidad, todos los "clásicos" del género.

-¿Y en esto consume usted su vida actual?

-¿En qué mejor? -me contestó.

Quizá ni sus amigos más cercanos e íntimos han llegado a conocer a Julio Camba en sus proyecciones más hondas. Fue un ser extraño y excepcional. Y, en todo caso, un auténtico decoro de las letras españolas de su generación.

Me entristece profundamente la dolorosa noticia de su muerte. Y rezo, en voz muy baja, por el eterno descanso de su alma, tan iluminada por la inteligencia.