domingo, 26 de febrero de 2012

Si me queréis, irse

Costus, 1988

C. Jiménez


La palurda dejó ayer unas patatas cociéndose en un perolo, se secó las manos en el delantal, agarró las llaves de casa y se fue derechita a la puerta de los juzgados de Palma de Mallorca a tirar un huevo al Iñaki, el marido de la Cristina pa más señas. Allí se encontró con un centenar de personas, comprometidos todos con la justicia como ella, comprometidos todos con la igualdad como ella, y algo más desocupados que ella, que no en vano se había dejado sin hacer la última pasada de Scotch Brite por el fregadero.

Y pensarán vds. que ese tipo de palurdas sólo se encuentran en la España de La Noria y el Sálvame. No, qué va. Esas mujeres se sentaban a hacer ganchillo en la Place de la Concorde a finales del siglo XVIII, escupían a los condenados a la crucifixión en la Judea de antes de Cristo y animaban a los linchadores de negros en la América de principios de siglo. Esa mujer es la que grita “¡Un judío, un judío, matadlos!” cuando ve salir a Wladyslaw Szpilman, el pianista de Roman Polanski, del apartamentito en el que se esconde. Esa mujer es, básicamente, un ser humano. Muy básicamente, eso sí.

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1988
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