Malthus
Jean Palette-Cazajus
Mi obsesión por el carácter inexorable de las cifras demográficas sobre
el destino de Europa y la andadura del planeta solía ser considerada,
hasta hace poco, como una chifladura, un truco barato para epatar al
personal o aparentar originalidad intelectual a precios de bazar chino.
La sistemática ignorancia sobre estos temas, por parte de gente sin un
pelo de tonta, siempre me resultó descorazonadora. Entre intelectuales
de filiación llamémosla “humanista”, creo que el interés por las cifras
se consideró siempre como una ordinariez. La elegancia intelectual está
en el “puro cielo de las ideas”, en el manejo de los conceptos y de los
símbolos.
Cuando hablamos de España, de Francia, de Italia, de Alemania seguimos
manejando tópicos de barra de bar y no digamos cuando se trata de países
exóticos como China, Pakistán o Nigeria. Por supuesto, nuestros tópicos
presumen de categoría, vienen envueltos en dorado papel de regalo. Pero
detrás de las lentejuelas intelectuales siempre dormita la fundamental
incapacidad para extirparse de una vez fuera de la ganga de los siglos
de la trascendencia, para renunciar a la idea de que la sustancia de los
humanos es distinta del resto de los seres vivos. La incapacidad de
renunciar al viejo dualismo ontológico, como dice la filosofía escolar, a
la idea de que constituimos una entidad especial, separada, “la
excepción humana”. Aceptemos la inscripción de la especie humana en la
historia común del genoma y de la evolución de las formas vivas,
asumamos la realidad del hombre como “cristalización genealógica,
provisional e inestable de una forma de vida en evolución, a saber la
humanidad en tanto que especie biológica” (Jean-Marie Schaeffer). Entonces disfrutaremos lo mismo de la poesía de San Juan de la Cruz y de los escolios de Spinoza,
pero nuestra cabeza abandonará su larga convivencia con los pies y
pasará a ocupar su emplazamiento, nunca mejor dicho, “natural”.
Ciertamente, el precio a pagar será doloroso: “Lasciate ogni speranza,
voi che'ntrate” avisó Dante. Y así es. Lo que realmente distingue al hombre del animal es su posibilidad de anteponer la lucidez a “cualquier esperanza”.
Camino de Usa
Por supuesto, no siempre en los albures de la historia los factores
demográficos han sido factualmente determinantes, pero, a la larga, el
peso de la demografía se muestra implacable. El cúmulo de las anécdotas
termina construyendo la ley. Si Rocroi (1643) fue el canto del cisne de
los Tercios fue también porque la mayoría de sus integrantes ya no eran
españoles, o ya no eran voluntarios, o ya no tenían el “fighting spirit”
que los adornó durante siglos. Y aquello tuvo mucho que ver con la
demografía española del momento.
Si Bonaparte trajo a Europa de cabeza fue porque se podía apoyar
en la reserva de carne viva suministrada por un país de 30 millones de
habitantes, entonces y con mucho, el más poblado de Europa. “Francia es mi amante, me concede sin contar sus favores y su sangre” roneaba el corso.
Si la población inglesa no se hubiese multiplicado por 5,6 entre 1750 y
1914 –cifra inaudita, recordemos, en la demografía europea– para
alimentar un torrente migratorio, la hegemonía anglosajona hubiese
resultado más dudosa.
Ruanda, 1994
Si el mes inicial de la Primera Guerra Mundial, del 6 de Agosto al 13 de
Septiembre de 1914, fue tal sangría (313 000 muertos) para los
franceses, fue, aberraciones tácticas aparte, por la superioridad
demográfica alemana que les permitía alinear regimientos cuyo efectivo
era hasta un 50% más numeroso que los franceses.
Si el frente del Este terminó en desastre para los alemanes, durante la
Segunda Guerra Mundial, fue por la abrumadora superioridad demográfica
de los soviéticos. Alemania tenía 68,5 millones de habitantes en 1940,
la URSS 172. Stalin dudaba aún menos que Hitler a la hora de sangrar al propio pueblo, en particular el vivero de sus repúblicas asiáticas, explotado hasta la última gota.
Si, en los mismos años, los Estados Unidos aceptaron renunciar a su aislacionismo tradicional – al que pretende volver Trump–
para ejercer de primo de Zumosol, fue, por un lado, ahorrando al máximo
la sangre americana, a cambio de terribles destrucciones urbanas como
en Normandía, después, contando con que, diluidas en el potencial
demográfico americano, las bajas no alteraran demasiado la conciencia
ciudadana.
Si poco más tarde, en Corea, en 1951, americanos y surcoreanos se
vieron al borde del desastre, fue por la irrupción de cerca de 2
millones de “voluntarios” chinos que los sumergieron literalmente. Costó
Dios y ayuda enderezar la situación hasta regresar al sempiterno
paralelo 38.
Niños en Gaza
Si la guerra (1996-99) y luego la independencia de Kosovo constituyeron
tal trauma para Serbia fue porque su conciencia nacional se había
forjado en el corazón de aquella provincia, a partir de la terrible
derrota del Campo de los Mirlos, en 1389, frente a los otomanos. Luego, a
lo largo de los siglos, la demografía musulmana se impuso
inexorablemente hasta llegar a la situación actual: 92% de
albano-kosovares, 5,3% de serbios.
Si advino el horrible genocidio de 1994, fue también porque Ruanda, 26
338 kms2, casi 13 millones de habitantes descontando a los 800 000
tutsis, tal vez más de 1 millón, troceados a machetazo limpio, fue
porque el llamado “País de las mil colinas” sufría desde hace
generaciones el fatal encogimiento de las parcelas agrícolas. Ninguna
situación ilustró mejor las palabras de Lévi Strauss citadas hace
unos días: “...empezamos a odiarnos unos a otros porque una presciencia
secreta nos advierte de que somos demasiado numerosos para que cada
individuo pueda disfrutar libremente de los bienes esenciales...”
No quisiera marear. Terminemos con tres ejemplos de rabiosa actualidad.
Bumedián y su frasecita
Si la presencia “hispana” es cada vez más notable en Estados Unidos es
porque México, y en grado algo menor la América Central, padecieron en
los últimos decenios tasas de crecimiento demográfico “africanas”.
México tenía 25 millones de habitantes en 1950, hoy son cerca de 130.
Con la misma tasa de crecimiento, los españoles serían hoy 150 millones.
Perdón por el susto. Los políticos mexicanos lo avisaban desde hace
decenios, a ritmo de mariachi: “Reconquistaremos los territorios
perdidos (en la guerra de 1846-48, con EEUU) con el vientre de nuestra
mujeres”. Personalmente y dándole la vuelta a la famosa frase del viejo Porfirio Díaz, diría que “¡Pobres Estados Unidos, tan lejos de Dios y tan cerca de México!”
Si lo de Israel y los territorios palestinos no tiene pinta de mejorar,
mucho tiene que ver con la situación demográfica. Sobre una superficie
útil de poco más de 12 000 kms2 se aprietan y se odian unos 14 millones
de judíos y árabes que se habrán duplicado en el horizonte 2050. Es la
extensión de la provincia de Salamanca, ella con sólo 342 000
afortunados habitantes, nada dados a practicar la “guerra de los
vientres” como palestinos y judíos ortodoxos. El colmo de la pesadilla
lo tenemos en la banda de Gaza, 360 kms2, casi 2 millones de infelices,
controlados por los islamistas. Se puede hablar de patología poblacional
y política. La natalidad de los judíos ortodoxos y “jaredim” es ella 3 o
4 veces superior a la de los judíos laicos, mayoritariamente
askenazíes, fundadores del Estado de Israel, portadores de los valores
europeos y cada día más minoritarios. Muy pronto la batalla opondrá dos
siniestras cavernas religiosas.
Si algún iluso piensa que pronto nos habremos librado del sedicente
Estado Islámico y sus secuaces es que no tiene la menor idea de la
realidad demográfica de los países musulmanes. Cansado estoy de alinear
cifras. Búsquese cada uno los datos y previsiones relativos a Nigeria,
Pakistán , Bangla Desh, Indonesia, entre otros, y comprenderán que nos
esperan interminables y peores avatares de Daesh. Bueno, venga la
espuela: veamos el caso de Egipto, ombligo cultural del mundo musulmán,
que padece lo que se llama una “contratransición demográfica”, donde la
tasa de nacimientos vuelve a aumentar, inducida por el peso del islam
radical y la regresión de la condición femenina, con una gran mayoría de
mujeres veladas y sometidas a la mutilación genital femenina (MGF).
Egipto pasa del millón de kms2, pero con sólo 40 000 fértiles,
prácticamente los de la época faraónica cuando tenía 3 o 4 millones de
habitantes. Eran 9, 5 millones en 1900, hoy pasan de los 90 millones,
serán 162 en 2050.
“Un día, millones de hombres abandonarán
el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán
precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo
conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras
mujeres el que nos dé la victoria.” La frase es muy conocida. Se atribuye al argelino Houari Boumediene,
en 1974 . La deontología exige advertir que no tengo pruebas
fehacientes de su veracidad. Pero la frase, muy celebrada entre los
islamistas y en los “países del sur”, se corresponde con el inexorable
proceso de las cosas. Vimos el éxito de parecido soniquete en México.
Puso su granito de arena el difunto Gadafi en un discurso de 2010
publicado en el diario libio Al-Shams: “Vosotros musulmanes sois una
minoría en Europa. Alá quiere que un día seáis mayoría y la
dominéis...seréis los imanes y los herederos del continente europeo”.
Algo más que paridoras
Resulta que son sociedades particularmente convencidas del origen divino
de la “excepción humana”, las que animalizan el vientre de las mujeres,
y las propias mujeres, las que reproducen ejemplares en lugar de
producir sujetos. En cambio comprobamos que quienes consideran sagrado
el deber de criar individuos responsables, pero irresponsable la
proliferación de la especie, suelen ser los mismos que aceptan la
unicidad fundamental del tronco de la vida. Cuanto más educado y
racional, menos se reproduce el ser humano. Hasta el punto de poner en
peligro su continuidad. El axioma es implacable: prolifera la ignorancia
y se extingue la inteligencia. Lógico. Su aparición era absolutamente
innecesaria para la supervivencia de la especie. Tal vez, incluso,
contraproducente.
En la llamada “transición demográfica”, tras bajar la mortandad, la
natalidad se mantiene un tiempo idéntica y las poblaciones crecen
rápidamente. Luego la natalidad siempre termina disminuyendo hasta
llegar a cierto equilibrio. Esto creían, al menos, los demográfos. Hoy
se asoman incrédulos al desastre de una inconcebible “contratransición”.
Sobre todo en África y, en grado menor, en la India. Occidente generó
los progresos sanitarios que redujeron la mortandad. Al mismo tiempo,
desde hace dos mil años, aprendió a superar el aislamiento clánico para
ir creando no solamente instituciones colectivas sino una fuerte
conciencia de su necesidad, hasta llegar, claro que en grados muy
diversos, a la conciencia del estado, a la de la nación y a la de la
humanidad. La conciencia de que a menor mortandad debe haber menos
natalidad y la de que la responsabilidad reproductiva es también
colectiva fueron concomitantes.
Los países proliferantes son víctimas del esquema inverso. En primer
lugar los instrumentos que acabaron con la mortandad les llegaron de una
cultura ajena. Luego la total ausencia histórica, en los individuos, de
la referencia interior a una colectividad o una totalidad social
englobante dejó fosilizados los comportamientos en actitudes puramente
egoístas y posclánicas. El prototipo es
hoy el varón autista, un primate reproductor dominado por el placer
competitivo de verse rodeado por una prole pululante. Con
frecuencia polígamo, suele labrar metódicamente el vientre de mujeres
condenadas al destino de hembras gestantes. Parte de la producción se
manda a Europa en busca de los medios económicos para garantizar la
continuidad del ciclo reproductivo.
No sé porqué me viene a la memoria el recuerdo de la cultura ateniense, la huella de la lengua de Platón y Aristóteles,
que brotaron en una polis de 50 000 ciudadanos libres. Ninguna
generación futura se acordará del tipo de conciencia que encarnamos
alguna vez. En realidad ninguna recordará que hemos existido ni para qué lo hicimos.
Atenea deprimida
[Publicado el 2 de Diciembre de 2016]