Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La hipótesis de Galbraith según la cual el presidente Truman no tuvo otra opción que tirar la bomba atómica (“De haberse resistido –escribió–, se habría enfrentado a fuerzas muy superiores al poder presidencial”) debiera dejarnos con la curiosidad de saber qué clase de fuerzas eran ésas, y, sin embargo, ya vemos lo poco que escandaliza hoy el hecho de que al frente del poder presidencial americano figure un fantasma.
Truman fue un centrista “avant la lettre”: “Si vemos que gana Alemania debemos ayudar a Rusia, y si gana Rusia debemos ayudar a Alemania, y así que maten a tantos como sea posible”, dijo al enterarse de la guerra de totalitarismos en Europa. Las “fuerzas superiores” hicieron el resto.
El poder presidencial americano fue una creación (también) de Alexander Hamilton, que lo concibió para parar los pies al demos del Congreso (después de todo, los americanos eran víctimas del parlamentarismo/liberalismo inglés). Concibió la presidencia como una especie de monarquía, y en los debates de Filadelfia llegó a plantear que el cargo fuera vitalicio. En ese puesto se necesitaba “energía”, y el ejecutivo hamiltoniano tendría “unidad” o “poder en una única mano”. (“Unidad de poder y coordinación de funciones”, definiría lo suyo, oh, justicia poética, el inquilino de El Pardo). La institución funcionó como un reloj durante seis presidencias, hasta Jackson, que dio una patada al reloj y dejó suelto al cuco.
–No fue hasta el siglo XXI que se materializó plenamente la versión hamiltoniana de la presidencia –dice Sheldon Wolin en apoyo de su teoría del “totalitarismo invertido” que padecemos.
Según Wolin, esta doctrina inspiró el “ejecutivo unificado” de Bush Jr., aunque quien mandaba era Cheney, el amigo de caza de Scalia, el juez originalista (“el originalismo es la doctrina que exhorta a los políticos a guiarse por la sabiduría de los Padres Fundadores, la Constitución de 1787 y la Biblia”). Las corporaciones, entonces de tendencia republicana, engulleron al gobierno de Bush Jr. (¡de Cheney!) como la ballena a Jonás (el profeta bíblico, no el chico de Trueba). Luego las corporaciones arrojaron al partido republicano y, con Obama, engulleron al demócrata. Trump fue un moscardón en la sopa, apartado de un manotazo por las “fuerzas superiores” que ahora juegan a “Halloween” con Sleepy Joe.
–Los efectos del impacto de la guerra total sobre la Constitución serán incorporados a la Constitución de tiempos de paz –advirtió, ¡en el 47!, Edward S. Corwin.
Todas las teorías del poder están resumidas, con la proverbial franqueza oriental para el despotismo (bien lo vio el marqués de Custine), en una parrafada de Putin: “Cuando una persona es elegida, puede tener algunas ideas. Luego viene gente con maletines, bien vestida, con traje oscuro y corbatas negras, que empiezan a explicar cómo se hacen las cosas”.
Vamos, que el pueblo reina, pero no gobierna.
[Viernes, 21 de Octubre]
Sheldon S. Wolin