Don Tancredo
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Al virólogo Simón le da la risa dar los fallecimientos del ramo coronavirus, pero no es grosería, sino su forma de inocularnos tranquilidad de cara a la manifestación feminista.
Se prohíbe ir al fútbol y al trabajo, que aquí viene a ser lo mismo, pero no a la manifestación, siempre que acudamos con nuestra camiseta de Pilates (versión inclusiva del gobernador de Judea) y nuestra jofaina de lavarnos las manos de aplaudir la ley Montero para bolingas solitarias.
–Mediocre y rampante se llega a todo –reconoce Beaumarchais, revolucionario en la Comuna de París y costumbrista en “El barbero de Sevilla”.
Por ese lado, los españoles estamos tranquilos. Nuestros ministros son llegadores natos, y nuestra virología, con Simón, igual que la filosofía con Sócrates, antes que la verdad, busca la tranquilidad, pasión propia de la vejez y de pueblos con muchos siglos de obediencia. De ahí esta muerte lenta como un sueño al sol de marzo que ya viera Ruano en una estampa italiana de madre paseando por el parque a su hijo en brazos, creyéndole profundamente dormido, cuando lo que estaba era muerto.
–Un miedo antiguo y misterioso a cambiar hace que mucha gente camine toda su vida con un cadáver en los brazos mintiéndose que está dormido.
Don Tancredo, que encuentra el valor por el camino más corto, el del miedo, es la respuesta al pesimismo intelectual del 98, y empieza, nos dice Bergamín, por quedarse quieto, por no hacer nada. Eso es el pueblo español. Un pueblo tranquilo.
La tranquilidad colectiva produce quietismo. Pues, según Bergamín, viendo que los seres más puramente instintivos, ante el peligro de perder la vida, se hacen el muerto, y precisamente para salvarla, decide, instintivamente también, seguir su ejemplo.
–Últimamente se ha llegado a tancredizar un régimen de crisis política más que una crisis política de régimen. Por aquello de la constitución interna, y de las otras, las de papel.
¡El tancredismo constitucional de España! Esta España tranquila.