El balcón de Cyrano
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Dos Españas nuevas: la interior y la exterior. Sin balcón y con balcón.
–España no sabe de avaricia –observó Cocteau en su primer viaje a Sevilla, en el 54–. Tira su dinero por los balcones, maravillosos balcones de plantas verdes y de flores. Quiero decir que España gasta todo lo que tiene.
España venía de gastarse lo que tenía en aparato autonómico y ahora falta material para los hoplitas de la salud, carencia que el español con balcón cubre con una ovación a las ambulancias. Es el mismo español que cuando Cataluña nos puso los cuernos colgó una bandera de España en su balcón. Uno, que nació para maceta, no tiene nada contra el balcón, entre otras cosas porque escribir en ABC es, decía Pemán (él escribía para el reposo de la cena, no para la prisa del desayuno), como hablar en un balcón de la Gran Vía.
–Vio los balcones del Papa / y los pechos dorados de las cubanas…
España pasó del balcón talaverano (aquellos balcones que evocó Foxá en su “Evocación de Joelito”, con “sus familias tristes que no van nunca a la corrida y ven con dolor a los autos de Madrid, que vienen a robarles su único día de feria, ganado por ellas en lentos meses de lluvia y aburrimiento”) al patriotismo de balcón, que siempre será mejor que esa salchicha alemana con ketchup de Habermas que es el patriotismo constitucional. No menospreciemos el narcisismo del hombre-masa:
–Este hombre-masa –dice Ortega en el 29– es el hombre previamente vaciado de su propia historia… Es sólo un caparazón de hombre constituido por meras “idola fori”… Siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones,... está vacío de destino propio.
En ese hombre-masa teñido de rubichi y en bermudas pensaba el gobierno al establecer en el estado de alarma como negocio de primera necesidad…¡las peluquerías! Si hay que morir, se muere, pero teñidos. Por eso los guaperas del gobierno tampoco llevaban máscara en el consejo.