Paul Valéry
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Uno vendedor de crecepelo de La Moncloa (su jefe, Iván Redondo, entró calvo al recinto y ahora tiene una melena que parece el Cristo de Velázquez cabreado), de nombre Cavanilles, ha hecho con cargo al erario público una burleta tuitera con el contagio de Ortega Smith.
–El coronavirus se ha contagiado de Ortega Smith.
La burla es la primera forma pueril del ingenio, y el ingenio de Cavanilles es publicitario: se “descojona”, dicho en lenguaje vicepresidencial, de un enfermo para arrancar una sonrisa de su cliente, el presidente del gobierno de España.
Santayana, que vivió el “boom” publicitario de América, vio en la publicidad el sustituto moderno del argumento: su función es hacer que el peor artículo parezca el mejor.
Sánchez, en efecto, es el peor artículo de la política española: su discurso son onomatopeyas que Cavanilles debe traducir al lenguaje publicitario de Twitter. “Sí es sí” constituye, por el momento, su mayor éxito, y cabe suponer que de su logos creativo procedan los pareados feministas que hemos visto en las manifestaciones callejeras de las mujeres de Estado.
Es verdad que Paul Valéry escribió eslóganes para la Exposición de París, pero luego, en “La crise de l’esprit” del 19, nos dejó lo que para Sloterdijk es una de las dos o tres frases definitorias en términos absolutos del siglo: “El abismo de la historia nos afecta a todos”. Que significa que no sólo el hombre es mortal, de acuerdo con las tradiciones helénica y cristiana, sino también la civilización.
Cavanilles se gana los garbanzos pensando eslóganes para Sánchez, y puesto a describir el espíritu de su tiempo, le sale uno de los dos o tres tuits definitorios absolutos de esta apoteosis de corrupción política.
Cuando el “boom” publicitario de España llenó los 60 de Cavanilles, los castizos redujeron el momento a un eslogan teológico: “Compre hostias Pérez: contienen más Dios”.
Y eso es lo que nos vende (siempre con nuestro dinero) Cavanilles, el gagman de Sánchez.