viernes, 27 de marzo de 2020

Montero remite a la autoridad

Hughes
Abc

 Reapareció Irene Montero tras su cuarentena y lo hizo, dónde si no, en La Sexta, en una mañana en la que ya se había escuchado allí a otros dos ministros y a Fernando Simón. Después de horas de invariable mensaje monocorde, sin embargo, Montero aún fue capaz de añadir algo original a la propaganda gubernamental. Es capaz de llevar lo delirante a nuevos niveles.

Montero descargó su responsabilidad por la convocatoria del 8-M en la «autoridad sanitaria y los expertos». Sánchez ya se había escudado en ellos, seguramente muy tranquilos si firmaron debidamente sus informes, y ahora la ministra remite a la autoridad sanitaria siendo ella misma autoridad. Señala al Gobierno del que forma parte. Es la ministra de Igualdad, aunque sobre la desigual mortandad en hombres y mujeres, que sería lo suyo, tampoco se pronunció.
 
No fue sólo esta declaración de irresponsabilidad, Montero añadió una filigrana al mensaje del Gobierno al relacionar la crítica con la «extrema derecha». Criticar la gestión del Gobierno ya es por tanto facha, es otro «ataque a las mujeres». Hay que esperar «a que todo esto pase» para «ver qué pudimos hacer mejor». Es otro mantra de estos días: esto nos servirá para mejorar. Parapetarse detrás de las «médicas y enfermeros» (así distribuye los géneros Echenique) y culpar a los recortes envueltos en el último patriotismo de «lo público».

En los días previos al 8-M, España observaba la disputa entre PSOE y Podemos por liderar el feminismo. Tampoco el 8-M era una cabalgata festiva. Es el acto estrella de un proyecto bien construido de ideología de Estado al servicio de los partidos del que es difícil disentir sin esperar el estigma.

Nos distrae aquí una deliberada confusión. Lo grave no es ya que el Gobierno permitiera la manifestación. Ni siquiera que animara a ella hasta crear un ambiente de fiesta nacional del que sólo se sustraerían los «fachas» (Montero recordó que PP y Ciudadanos acudieron). Ni siquiera eso. Lo grave es que no tomara medidas hasta después de la manifestación. A la vacilación científica comprensible, que no está en entredicho, se une la sospecha del cálculo político, la ceguera ideológica y la mentira masiva, y la certeza de una negligencia que deberá precisarse a la vista de las recomendaciones técnicas de las que hay constancia.

Es triste tener que escribir esto, pero en toda su intervención Montero no dijo una palabra de los muertos. Cuando insistía en lo de «no dejar a nadie atrás», no era difícil imaginar a cuatro mil familias gritándole, mudas, a una televisión que vomita inmisericorde la propaganda que enloquece el encierro.


Es triste tener que escribir esto, pero en toda su intervención Montero no dijo una palabra de los muertos. Cuando insistía en lo de «no dejar a nadie atrás», no era difícil imaginar a cuatro mil familias gritándole, mudas, a una televisión que vomita inmisericorde la propaganda que enloquece el encierro