domingo, 5 de enero de 2020

NRR

Thomas Hobbes


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Sólo dos españoles acreditan haber leído (y entendido) a Marx: Gustavo Bueno y Nicolás Ramiro, que lo ve críticamente emparedado entre un griego, Aristóteles, y un inglés, Hobbes.
    
Preterido (otro más) por el Consenso (murió, ay, en el 77), el granadino Nicolás Ramiro Rico, siempre a contracorriente, nos legó un libro de antropología política, “El animal ladino” que explica el espectáculo actual (“el animal locuaz llamado hombre piensa por mor del pienso”, sin mirar a los bien cebados barones sanchopancistas), una definición revolucionaria de soberanía (“soberano es el poder que obtiene obediencia en concurrencia con otros poderes”) y unos “Breves apuntes críticos para un futuro programa moderadamente heterodoxo del ‘Derecho Político’ y de su muy azorante enseñanza” cuyo repaso produce estremecimiento.

    Nuestro Derecho Político es un “vertebrado gaseoso” cuyos docentes y discentes ignoran por completo a Hobbes, un autor siempre “mal visto” y peor leído en España, pese a la condición muy hobbesiana de la sociedad española o quizás por eso mismo.

    Ninguna consideración teórica sobre una alarmante constante de la historia pasada española y, tal vez, de la futura: las contiendas civiles cíclicamente reiteradas.

    Encubrimiento ideológico de la historia política de España, donde el genuino poder constituyente ha estado siempre en los campos de batalla, no en las urnas.

    –La gran paradoja ante nuestros ojos españoles: España, un país muy rico en calamidades civiles de todo género, es pobrísima en Teoría Política, aunque abunde en suspirados ayes y enfebrecidas condenaciones. No creo, dicho sea sin pizca de xenofobia, que nuestra única tarea, en lo que a sus guerras civiles se refiere, consista en proporcionar los muertos.
    
El Derecho Político, como teoría de la política y su derecho, debiera ser una teoría del conflicto, y en particular del conflicto por excelencia: la especie llamada “guerra civil”.

    Pero estamos en el Consenso. Y encima en el Consenso equivocado.