Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El comunismo, como comprobó Cabrera Infante en La Habana, es el fascismo del pobre, y tiene guasa que el Sistema del 78 impuesto en España por Kissinger y la socialdemocracia alemana (asustados por lo de Portugal) para cerrar el paso a los comunistas les abra hoy las puertas del gobierno. Como ocurrió con Hitler. Se llama Estado de partidos.
El Estado de partidos (la democracia es otra cosa) es un sistema jurídico-político alemán puesto en marcha en Weimar e impuesto por el ejército vencedor a la Europa derrotada en 1945: suprime la representación política mediante el sistema de elección proporcional y convierte a los partidos en órganos estatales y en titulares de la soberanía. Visto por Carl Schmitt: en el Estado de partidos no hay lealtad a la Constitución ni al Estado ni al Pueblo ni a la Nación; sólo a los intereses del partido. Al ser un sistema falso, es un sistema lleno de gateras: Alemania del 33 o España del 20, dos países, por cierto, educados en la servidumbre voluntaria.
Étienne de La Boétie, el amigo de Montaigne, a cuya torre peregrinan nuestros liberalios, concibió su “Discurso de la servidumbre voluntaria” al leer en Plutarco que en los pueblos asiáticos la tiranía de un hombre duraba toda la vida porque no sabían pronunciar la sílaba “no”.
–La desobediencia –insiste Cabrera–. Éste es el pecado capital para la religión comunista.
En Europa nadie recuerda la octavilla comunista de Thorez en París, con los nazis en la Torre Eiffel: “Los soldados alemanes son vuestros hermanos, fraternicen con ellos. Vuestro enemigo es el gran capital, los trusts de Inglaterra y América”. En el 68 casi fueron peores. Ahora la UE, esa sublimación del Estado de partidos, hace una resolución condenatoria del nazismo y el comunismo, “para fomentar entre los jóvenes… ¡la resiliencia!... ante las amenazas contra la democracia”. Como en el “Frankenstein” de James Whale, la UE va de monstruo bueno que recibe la flor de una niña… que es Greta.