Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Reunido el nuevo gobierno, sus miembros no dan, todos juntos, para medio Bachiller del de Sainz Rodríguez, pero es que estos ministros no vienen a gobernar, sino a dar conversación. ¡La logocracia!
–Seremos varias voces y una sola palabra –resume el presidente, un “homo loquax” que habla como escapado de la selva palúdica de los pirahá en el Amazonas, cuya lengua, carente de numerales, que siempre vienen bien para gestionar la deuda nacional, se reduce a ocho consonantes y tres vocales, como quien dice Schwarzkopf, aquel general americano que en el Golfo dijo: “Ir a la guerra sin Francia es como salir a cazar ciervos sin tu acordeón”.
La Moncloa como claro del ser heideggeriano para “el diálogo”. (“Ewiges Gespräch”). ¿Qué diálogo? Lo especifica el diario gubernamental: el “diálogo social” (otra cosa sería hablar solo, como los clientes del doctor Esquerdo) y el “diálogo territorial”, que no va a ser indagación en la voz y el paisaje a lo León Felipe, sino chalaneo de pequeña política de domicilios.
–Nosotros, los logócratas…
El logos de Sánchez es el viejo logos de Heráclito, el logos como unidad de los contrarios: de ahí que en su gobierno todo sean parejas, como en el Ales-Boite de Veneras, 6 en los 70. El caso es hablar: en pareja, en sociedad.
–De la a discusión –pensaba Cánovas– nacen naciones como Inglaterra. El silencio produce naciones como la España de Carlos II.
Palabra de España, decían.
La casualidad, que es la décima musa, hizo que los mandilones de “Crisol”, que llevaban diez días en la calle, salieran el 14 de abril del 31 con un sueltecillo suspiroso sobre “La palabra España”:
–En 1900, cuando el barranco del Lobo, España calló. En 1917, España no acertó a decir lo que quería. En 1921 se niveló el patriotismo para tapar el desastre y España aplazó su palabra. En 1923, cuando iba a hablar, la cogieron por la garganta. Hasta hace unos días tuvo la mordaza puesta. Y su primer grito ha sido éste: “¡República!”
La logocracia.
Loro de café