sábado, 4 de enero de 2020

Gurús demasiado pesados

 Little Caesar


Martín-Miguel Rubio Esteban

El peso de nuestros gurús políticos necesita aligerarse con cirugía bariátrica. Gwru- en indoeuropeo da en griego “barýs”, en latín “gravis” y “gurú” en sánscrito. Esto significa “peso” o “pesado”. Los políticos españoles se han hecho tan onerosos y grávidos que no necesitan arrastrar cadenas como los brahmanes gurús de la India para no ser ascendidos al Cielo o Empíreo, en donde Brahma, Vishnu y Siva residen como los Trimurti, tríada que se repite en otras civilizaciones, como en el mundo grecorromano, Zeus-Hera-Atenea, o en el mundo fenicio, Baal Hammón-Tanit-Astarté. La verdad es que si desapareciese el peso muerto de muchos desaprensivos que dormitan o vegetan en las sentinas empresariales de la política los poderes públicos podrían atender muchísimas más necesidades perentorias, bajar más impuestos a las clases medias, mantener las pensiones con mayor seguridad, y hacer mejores centros educativos y hospitales. Existen portavoces de oposiciones escuálidas de cuatro concejales en pueblos de La Mancha que pretenden que la política municipal los libere, y algunos lo consiguen. La desfachatez de los chulos de Estado es ya morbosa. Ni la Falange franquista llegó a tanto.

Porque además tantos enjambres de políticos, por vanas ocurrencias que evacuen, molestan a la misma vida de los ciudadanos. Esta sobreabundancia de políticos candidatos a la cirugía bariátrica multiplica hasta el infinito las prescripciones sociales, las liturgias políticas y administrativas, y hasta los más pequeños acontecimientos de la vida son regidos por una miríada de normas administrativas, urdimbres elaboradas por nuestros pesados gurús que, cuando los verdaderos las oficiaban en la India eterna, tomaban el nombre de “purohitas”. “Pur-“ es una raíz trilítera, como todas las indoeuropeas según Benveniste, que significa “mucho” ( lat. plures, ingl. full, gr. polýs ). Otra vez la sobreabundancia del ser.

La política ubicua de lo políticamente correcto acabará imponiéndonos las veintitrés prescripciones sobre la forma de hacer caca, como en la India observada por Tocqueville, casi todas obligatorias bajo pena de pecado mortal. La acumulación de liturgias, todas estrictamente reguladas, para acciones irrelevantes de la vida de los ciudadanos, asfixian la vida social. Además, los ciudadanos necesitamos aprender un buen repertorio de los sagrados mantras de lo políticamente correcto para poder circular por la vida sin que acabemos en prisión, arruinados, o condenados al ostracismo. El mismo Kalidasa era más libre escribiendo Sakuntala, en el que reprochaba a un rey el incumplimiento de la promesa de casamiento que hizo a una doncella antes de hacer el amor con ella ( “El Rey tiene miel en los labios y veneno en el corazón”), que los periodistas españoles hodiernos que osen descubrir por qué razón este régimen no ha hecho nada contra el catalán Rey bajito de los ladrones y su cohorte de hijos y allegados. Un Edward G. Robinson perfecto en su papel de gánster. Cualquier minucia vital necesita gestionarse cumpliendo las disposiciones plúmbeas del Catecismo de lo Políticamente Correcto, pero se puede llevar a una embajada de un país extranjero a cuatro GEOS encapuchados para intentar intercambiarse en su salida por delincuentes refugiados en la misma. Otra vez la “trabes” y la “festuca” que denunciaba Cristo en los Evangelios. Los gurús -subvencionados por países martirizados- del comunismo vuelven a instalarse en el Gobierno de la Nación, a pesar del fracaso de una operación hostil a un país extranjero, que tenía como fin lavar su imagen de gorrones engordados. Pero sobre esto nadie ha informado tan bellamente y con análisis tan certero como Ignacio Ruiz Quintano en su columna de ABC del último día del 2019.


Aquí los venenosos gurús sobrepesados no tienen nada que ver con los amigables y bonancibles gordos comunes. En la caricatura, en la tradición popular, en el teatro, el hombre pacífico, sesudo, alegre y bueno, es siempre un gordo. “Un homme –decía Béraud qui remplit bien son pantalon, est rarement un homme compliqué”. El inquieto, nervioso y ensimismado –v. gr. el magnicida Casio– es, por el contrario, un hombre delgado. Es verdad que el gordo tiene un aspecto de salud floreciente que no tiene el delgado. Sus mejillas, sonrosadas y tersas, “respiran salud”; pero el flaco, arrugado y pálido, sobrevive el doble sobre la tierra. Debajo de esta capa que difunde optimismo, y casi siempre bondad, acechan al gordo mil peligros que respetan al delgado, del que emergen los gurús sobrepesados que asolan a los pueblos. Como se ve, en contra de su etimología el “vir gravis”, que gustaba tanto a Cicerón, era una varón delgado, frente al modelo catulano de “vir lepidus”, que sería el gordito gracioso, chispeante, irónico y elegante.

Y en fin, en los delicados momentos que está viviendo la patria, sólo se me ocurre desear con toda el alma que la libertad política y la democracia triunfen hoc Anno Incarnationis MMXX, aunque hoy estén sitiadas por comunistas e independentistas, y que nuestro líderes nacionales aún no sufran la horrible visión de Julio César: “Eadem nocte quintae legionis pilorum cacumina arserunt”.