sábado, 3 de agosto de 2019

Nadia por aquí, Nadia por allá


Mire uno donde mire hay hijos de,
 ¡las élites tienen una fuerza reproductiva subsahariana!

En el nombre del padre 


Hughes
Abc

El Gobierno retiró la candidatura de Nadia Calviño a la jefatura del FMI, lo que viene a ser como si yo emito un comunicado para retirar mi candidatura al Cavia y además lo hago con la intención de evitar la desunión del jurado y fortalecer los vínculos de solidaridad entre la comunidad periodística.

Las posibilidades que tenía Calviño de dirigir el FMI eran ninguna, pero en lugar de dar el discreto paso a un lado del portugués Mário Centeno, el Gobierno eligió una solemne muestra de sacrificio en aras del consenso, no por europeo menos sacrosanto. España renuncia, y lo hace por la unidad europea de propósito, por la cohesión y la gobernanza (la gobernanza allí, la gobernabilidad aquí).

Estas cosas se vienen expresando con una fórmula frecuente: «El Gobierno apuesta por (en este caso) el acuerdo europeo». Apostar da a las decisiones un aire arrojado que disfraza de dinamismo e intrepidez la más burocrática nada.

Sacar algo de nada es la magia propagandística de este Gobierno que acude a las ruedas de prensa como el Mago Tamariz con su sombrero (Nadia por aquí, Nadia por allá) desviándonos del dato ciertamente malo del empleo en julio y de su tétrica traducción: ni el turismo anima ya el mercado de trabajo.

Esta noticia nos ha permitido al menos reparar por fin en la ministra Calviño. ¿Quién es Nadia Calviño? ¿Qué ha hecho Nadia Calviño? Es hija del mítico Calviño (mire uno donde mire hay hijos de, ¡las élites tienen una fuerza reproductiva subsahariana!) y llegaba con pimpante currículum pero como ministra está resultando de una irrelevancia absoluta. Aunque ser mujer y socialista la hace candidata a todo, quizás debiera lograr algo convincente con nuestro PIB antes de ascender al cargo planetario.

El sacrificio de Calviño alumbra también los mecanismos de selección y nombramiento en las alturas europeas, donde todo se negocia hasta que un día, quizás, se vota, y donde España es feliz subordinada a Francia y Alemania mientras ellas se reparten las instituciones. Si alguien emite una tosecilla de protesta y nostalgias imperiales se le manda al rincón de la novela histórica, pues en esta materia incluso el ensayo resulta intolerable.