miércoles, 7 de agosto de 2019

Los artistas

ABC, 16 de Febrero de 2000

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Lo de los artistas no es nada nuevo. A mediados de los cuarenta llegó a España en misión de prensa un  periodista  mexicano de nombre Armando Chávez Camacho. Un  día consiguió entrevistarse en la Villa Furu de Ategorrieta, sobre la carretera de Irún, con Ortega, cuando Ortega no quería hablar  con nadie, de nada, pero menos aún de política («No quiero hablar, porque si digo, simplemente, que es muy hermoso el campo de Guipúzcoa, puede interpretarse como la  afirmación de que considero muy hermoso el Nacional-Sindicalismo»), aunque fumando, fumando siempre, dijo: «Chávez es apellido de Extremadura.Y no me extrañaría que Camacho fuera  vasco, como casi todos los apellidos españoles.» Y otro día consiguió entrevistarse en El Pardo con Franco. Así relató la entrevista el  periodista: «Viendo a  Franco lleno  de vida, colorado, juvenil, le preguntamos: "¿Por qué permite,  general, que se exhiba en las oficinas públicas una pintura de usted en que aparece como un anciano? La vimos en el despacho del señor Girón, ministro del Trabajo." Riéndose, nos contesta: "¡Qué quiere usted! Son los artistas."»

Sí, señor. Los artistas. «Intelectuales y artistas apoyan la unión de la izquierda», reza uno de los anuncios periodísticos más repetidos en forma de titular. Con los intelectuales —léase scritores, o así— de hoy ocurre una cosa, y es que se podrían cambiar las  firmas sin que el público lo notara, lo que prueba el sentido social de la literatura contemporánea, pero también que falta  personalidad, y no sólo entre los españoles. Lo  contaba de los alemanes Thomas Bernhard, un «fox terrier» de pelo duro que conocía bien el fe-nómeno: «Casi no hay más que escritores oportunistas. Se pegan a la derecha o a la izquierda, militan aquí o allá, y de eso viven... Son gente que siempre pacta con el Estado y con los poderosos y que se sienta a su izquierda o a su derecha... Nunca han tenido personalidad... Cuando se muere a los dieciocho, bueno, no resulta tan difícil  tener  personalidad.  Las cosas sólo se ponen difíciles luego... A los cuarenta, completamente paralizados ya, entran en  los  partidos políticos. Y el café que toman por la mañana lo paga el Estado. Y la cama en que duermen. Y las  vacaciones de que disfrutan...»  Etcétera.

 Nadie duda de las virtudes  estéticas de la prosa  y de la poesía, pero, ¿qué  razón  hay  para  sostener que esas virtudes dotan de autoridad política a  quienes las cultivan? En el tránsito del milenio, con las viejas «verdades eternas» cayendo  como bolos ante el empuje de los hallazgos científicos, ¿por qué la  explicación del mundo que hace un novelista ha de ser intelectualmente superior o más cierta que la que  pueda ofrecernos un vendedor de reclamos de perdiz  o un administrador  de loterías? Sin embargo, nunca hemos leído el  siguiente  titular: «Ojeadores y loteros apoyan la unidad  de la izquierda.» O de la derecha, que, des-pués de todo, para lo que se discute, vendría  a ser  lo mismo.

Ya  sabemos  que  existe  la  teoría  del  «compromiso», alrededor de la cual, por cierto, «todo son hadas que te espolvorean en la cara ecua-ciones somníferas». Los más cursis dicen «desconstrucción», un  tapabocas que sirve para minar la  moral de quienes se resisten a ver en el lenguaje la trampa saducea que el poder tiende a los pobres.  Y los más recalcitrantes continúan  diciendo «concienciación», una cosa que lo mismo es aplicable a  Unabomber, el matemático de Berkeley que enviaba paquetes bomba mientras redactaba el manifiesto «La sociedad industrial y el futuro»,  que a PemánLévi-Strauss o Savater. Bien mirado, ¿qué significado tiene lo de la «concienciación» en un mundo en que la conciencia no es  otra cosa que el temor a ser descubierto?

Total, que hemos descendido a hablar de estas cosas con la esperanza de que, ya abajo, podríamos saber qué eran esas cosas  que desde arriba eran otras cosas. Otra cosa  que decía Ortega: «El español es de piso bajo. ¿Ha visto usted esos santos que son  pura  peana?»  ¡Qué  quiere  usted! Los artistas.

 Thomas Bernhard

 «El español es de piso bajo.
 ¿Ha visto usted esos santos que son
  pura  peana?»