miércoles, 10 de julio de 2019

Odios

El verdugo Sanson


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

El catolicismo nos dio a Leonardo; la socialdemocracia, a Greta. Para llegar hasta aquí (la universalización de la pesadilla sovietista de Dombrovski) fue necesario abrir el Derecho en canal.

En el 20 los profesores lanzaban el eslogan “Abajo el Derecho”. ¡Y qué profesores! ¡Faros! ¡Pensadores! ¡El cerebro y la conciencia de la intelectualidad revolucionaria! Decían: ¡El Derecho es una de las cadenas con que la burguesía esclavizó al proletariado! Pero nosotros lo liberaremos de ese peso. Y lo hicieron.
No hizo otra cosa Marlaska con su sermón de metafísica de los derechos en el Orgullo. Un alemán definió los derechos como “intereses jurídicamente protegidos”, y otro alemán despachó el Derecho subjetivo como el poder de imponer a los demás el respeto de su voluntad. Marlaska no es alemán (a pesar de la “k”); es socialdemócrata, y jugó con ese conejo que saca de la chistera la socialdemocracia para imponerse: el odio, aplicable a quien convenga.
El que por esa mentira legitimada o por esa verdad de convención a Fulano le endilgaran una pena a la que a todas luces no sobreviviría, eso era en esencia la legalidad soviética.
Con el de odio (?) recuperamos el delito de intención (en lugar del acto criminal) que inventó el Comité de Salud Pública para ir llenando de cabezas los cestos del verdugo Sanson.
Aunque los malos pensamientos no incurren en pena, es reo de muerte quien ha pensado atentar contra la vida de su príncipe soberano, aunque posteriormente se arrepienta.
Eso dice, ¡en el XVI!, Jean Bodin, que cuenta el caso de un normando que confesó a un franciscano haber querido matar a Francisco I, arrepintiéndose después: el fraile lo absolvió, mas advirtió al rey, y el parlamento de París lo condenó a muerte.
Macron y sus macronettes, fatigados de apalear chalecos amarillos, tratan ahora de establecer el delito de odio (es decir, de pensamiento) en Internet. Cojonudismo liberal. América se libra por la Primera Enmienda.