William Munny
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En el tiempo de Jeremías dijo el Señor: “Recorred las calles de Jerusalén: si encontráis una sola persona que practique la justicia y busque la verdad, yo perdonaré a la ciudad”.
Como a Jerusalén no se puede ir debido a la guerra mundial que prometieron los medios si Trump, cumpliendo una resolución del Congreso, trasladaba allí la embajada americana, he buscado a la persona justa en Madrid: la hallé en un taxista que, al decirle “¡al periódico!”, me preguntó a qué se debía la ausencia de ruidajera periodística con la manada de Manresa, comparada con la que rodeó a la de Pamplona.
–¡El móvil!
Es verdad que la psicología de masas, como la plaga de langostas, se mueve por feromonas, y los profesionales de la prosa de género, que hacen de glándulas de Tyson (¿pápulas perladas?) de aquella psicología, están exhaustos de liberar feromonas. Pero en la era digital el factor desencadenante de la ruidajera mediática con la manada de Pamplona hubo de ser el robo del móvil: dos años le ha metido al autor el Supremo, castigo proporcional a la guerra que los chinos querían declararle a América porque Trump los dejó sin app de Google para sus “Huaweis”, y eso que en Google tienen una entrenadora de algoritmos que conspira para que, políticamente, en 2020 no se repita lo de 2016.
–Matar a un hombre es algo muy duro, le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría tener –decía William Munny en “Sin perdón”, frase que volvía locos a los progres.
En la era digital, la vida está en el móvil, y de no surgir uno en el juicio dudo que ningún profesional de la prosa de género se conmueva con la manada de Manresa como se conmovió mi taxista con el video del tío de la víctima intentando echarse a los lomos a los acusados, en cuya defensa saltó como un león el Estado de Derecho (“In dubio pro reo!”), sin aconteceres hermenéuticos (aquellos “eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” de Mairena o del Supremo) y con su Kelsen recién “planchaíto”, como la muleta de Pablo Aguado.