sábado, 16 de diciembre de 2017

Cosas

Carlos II de Carreño Miranda
"Triste imagen de España al garete, sin místicos, sin pensadores,
 sin artistas, sin políticos y hasta sin capitanes"


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Los heraldos del gobierno anuncian, con trompetas de perritos y gatitos, que los animales, por votación unánime en el Congreso, dejan de ser… ¡cosas!... en la legislación española.

Los ingleses, que son hombres de cosas en el sentido grecorromano (“prágmata”, “res”), presumen de que su Parlamento puede hacerlo todo menos que un hombre se convierta en mujer. El nuestro va más lejos, y sólo con levantar la mano (o con estirar el pie) hace que las cosas dejen de ser cosas. No pudiendo aplicar el 155 a Cataluña, lo aplican a… la ontología.

Cosa es una cosa es una cosa es una cosa –tendrían que escribir los diputados mil veces, y con caligrafía de Gloria Fuertes, que fue nuestra Gertrude Stein.
En “Mau-mauando el parachoques” (reportaje sobre la extorsión de las minorías al gobierno en los 60) cuenta Tom Wolfe el caso del emprendedor Ronnie y su grupo Nueva Thang. “¿Nueva Thang?”, dijo el alcalde Alioto (San Francisco) cuando aparecieron en el Ayuntamiento. “Eso mismo, Nueva Thang”. Alioto se quedó sin habla. “Thang”, dijo Ronnie, “significa Thing en africano”. (Los negros, y los blancos del Sur, “thing”, cosa, lo pronuncian “thang”). “Oh”, suspiró el alcalde.
Algún Ronnie animalista ha colocado otro Nueva Thang a los peperos, locos por dejarse colocar lo que sea, con tal de que no les digan fachas. En realidad, “facha” (en España, todo lo que no sea “rojo”) es ya la única cosa. ¡La “cosa en sí” kantiana! Perritos, gatitos y, por supuesto, “rojos”, se escaquean de la realidad en un limbo cultural de “debilidad, infantilismo y estulticia”, como refunfuñaba Albornoz ante el “Carlos II” (¡el del motín de los gatos!) de Carreño Miranda en Nueva York:

Triste imagen de España al garete, sin místicos, sin pensadores, sin artistas, sin políticos y hasta sin capitanes.
Este “anticosismo” pepero significa que España sigue preocupándose no tanto de que las cosas respondan al nombre que se les dé y sean cosas de verdad como de que las cosas tengan este nombre o el otro.