Capablanca
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En España, con el ajedrez todo eran risas hasta que el sábado salió al Bernabéu el campeón del mundo a hacer el saque de honor en camiseta de manga corta.
Es lo que va de Capablanca a Magnus Carlsen.
Por Cabrera Infante sabemos que Capablanca, cubano hijo de españoles, padecía de frío incoercible, como Rossini, que por miedo al frío compuso siempre en la cama, de la que no bajaba ni cuando se le caían hojas de su “Barbiere” sevillano: las escribía de nuevo.
Magnus Carlsen, que es noruego, como el bacalao, salió al Bernabéu, ya digo, de manga corta cuando más helaba, y se declaró admirador de Sergio Ramos, pues, como dijo el patólogo que examinó a Capablanca, la inteligencia y las mujeres no se ven en el cerebro, aunque de dar crédito a la literatura freudiana el ajedrez tendría que ver menos con la inteligencia que con el sexo.
–El ajedrez –dijo Richard Burton (el traductor, no el actor)– es un juego erótico: todo consiste en poner horizontal a la reina.
En Madrid, mientras los padres de familia acuden a las casas de apuestas que ponen sobre el tapete la jugada del sexo y el nombre del futuro hijo de Sergio Ramos y Pilar Rubio, sus niños matan las tardes en bibliotecas que todavía explican el ajedrez en términos del complejo de Edipo (advenedizo mata al rey), teoría “freudulenta” para Cabrera, que tira, para demostrarlo, del orate progresista Félix Martí Ibáñez:
–Darle jaque mate al rey opuesto en ajedrez equivale a castrarlo y devorarlo, haciéndose los dos uno solo en un ritual de homosexualismo simbólico y comunión canibalística.
Y pone (Cabrera, no Martí) el caso de Fischer, fanático anticomunista, que prefería el ajedrez al sexo y que jugaba literalmente, no contra su padre, sino contra su madre, tan comunista que la llamaban la Reina Roja.
Total que, gracias a Sergio Ramos, Magnus Carlsen es hoy conocido por muchos españoles que sabían que ajedrez se escribía sin hache, “pero no con zeta”.