jueves, 26 de diciembre de 2013

Elegía mortal y rosa por el diario La Gaceta

(Colección Look de Té)
  

Jorge Bustos

El periódico La Gaceta no llegará mañana a los quioscos. Hace ya tiempo que llegaba a ellos anémica de páginas y de razones, y solo a los de Madrid, aunque eso no se decía para que la gente siguiera pensando que era un diario de tirada nacional. La Gaceta no expira sino que a su cadáver le retiran piadosamente el respirador artificial, tan artificial como los delirios de grandeza de la dirección del grupo Intereconomía que la había comprado en septiembre de 2009 con la tartarinesca idea de construir una PRISA –qué risa– de derechas contra Zapatero. Y sí, claro, por qué no, vamos a ello y a lo que haga falta mientras la nómina entre con religiosa puntualidad. Si limpia, fija y da esplendor es el lema de la Academia, dame pan y llámame tonto es el del periodismo real.
En realidad, La Gaceta fue primero La Gaceta de los Negocios, periódico económico fundado en 1989 que llegó a pelear con Expansión y Cinco Días por el liderazgo en el sector salmón. Yo me incorporaré a ella en febrero de 2008, siendo su director José María García Hoz, que leyó un par de artículos míos en un diario local donde curraba y me hizo un contrato como no me lo hará nadie, supongo, ya. Un año y poco después le estaba haciendo una huelga porque aquella Gaceta también iba a pique y necesitó de un ERE en el que salían amigos. Descubría uno el sindicalismo solidario, no ideológico, aunque supongo que el segundo no es más que la continuación cancerosa del primero en el mismo tejido de la complicidad laboral, páginas, langostinos y petacas escondidas tras el monitor en aquella primera Gaceta mía de iniciación y locura.

De algún modo Intereconomía nos salvó y nos trajo a Castellana desde el polígono de Alcobendas en donde penábamos, y aquello estaba lleno de tías buenas y de ideología, no necesariamente solapadas, y disfrutamos de todo ello con sacerdotal aplicación. Zapatero, con su delirante día a día, regaba de espuma pavloviana los titulares tonantes de Dávila (las querellas de mañana). Al compartir la redacción con las chicas de la tele –creo que había varones también, ahora no estoy seguro–, cada jornada equivalía a preparar un examen puritano de Historia Americana y a arreglarse luego para el baile de graduación.

Ya he escrito aquí que uno entró en La Gaceta siendo un ortodoxo hombrecito de derechas y salió convertido en sindicalista de pañuelo palestino, y ahora corre tanta vacuna por mis venas que no creo absolutamente en nada más allá del monarquismo metafísico de Dalí y el individualismo lírico de Ruano. Por esa rigurosa lealtad a mis afectos personales, e incluso a mis efectos personales, no puedo evitar sentir con melancolía el cierre de La Gaceta. Y no solo por los amigos allí hechos y ya inexorables, ni las farras bebidas, ni las carcajadas autorreferenciales: también por un concepto hermosamente bufo del periodismo sin gravedad democrática (¡ni autoridad para ello!), por la crónica heterogénea, por la frontera difusa entre información y opinión, por la propuesta libérrima y atendida.

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