El desencanto
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
De todas las casetas de la gran feria de la Transición, la única que permanece abierta, con su cosa de fiesta de aglomeración, es la del Club Siglo XXI.
El martes fui al Siglo XXI: porque hablaba mi señorito, Bieito Rubido, que posee el don verdaderamente literario de la galleguidad, y porque lo hacía del 86, que ahora creo que fue el año en que lo perdimos todo: el Mundial de México, la Movida madrileña, Montesquieu y la libertad, que ya no ha vuelto.
Competía Rubido en día y hora con las metonimias de Cristina Iglesias en el Sofidú y con los Paneros de Chávarri en “El desencanto” por TV, cuyo guirigay astorgano forzó la malvada greguería tuitera de Hughes:
–Los matamoros son mejores que los paneros.
Y llenó.
El tema de Rubido fue la segunda legislatura de Felipe González, que hoy suena a segunda dinastía china: de hecho, el modelo de aquel González era el gato de Deng Xiaoping: no importa el color, sino que cace ratones.
Para mí, el resopón gonzalero del 86 es un agujero negro en la memoria, pues me pilló en México con el Mundial de Miguel Muñoz pidiendo a gritos desde el banquillo, el día de los belgas en cuartos, balones altos para Eloy.
–¡Balones altos a Eloy!
Recuerdo, eso sí, a unos funcionarios de Interior persiguiendo por el hotel a los futbolistas españoles (¡Camacho!, ¡Julio Alberto!) con la papela socialista de votar… Y el jaleo mediático por la sobreimpresión del puño y la rosa en los goles de Butragueño a Dinamarca en la tarde de Querétaro…
Que así, con mucho ministerio del Interior, más fútbol y TV, se nos fue echando encima aquel régimen de nunca acabar.
Rubido añora el optimismo social de aquel tiempo, frente al pesimismo del de ahora.
Del optimismo gonzalero al pesimismo mariano.
Los escritores del 98, desde luego, preferían el pesimismo, para ellos más fecundo que el optimismo, que siempre invita a dejarlo todo correr.
Ya no creemos en nada. Ni siquiera en los buenos modales.