jueves, 28 de febrero de 2013

El otro finalista

El “Aleti” con el que crecimos:
Reina, Capón, Eusebio, Adelardo, Benegas, Becerra, Ufarte, Luis, Gárate, Irureta y Heredia

Francisco Javier Gómez Izquierdo

Hace poco tiempo tuvo el Atlético de Madrid un entrenador que pidió honores por ganar una Europalí, -conocida antaño como Copa de la UEFA- con la certeza de que pasarían siglos hasta lograr éxito semejante. Por fortuna para la familia colchonera, marchó el entrenador y el Aleti volvió a ser el Aleti.
      Hoy como en el siglo anterior, el Atlético gana muchos partidos y pierde cuando ganar es de obligado cumplimiento, extravagante fluctuación que ya parece instalada en el bucle de su propia naturaleza y que amenaza títulos a conquistar al descuido. La llegada de Simeone ha fanatizado aún mas si cabe a unos hinchas que idolatran la sangre felina de Falcao como un nuevo Gárate borracho de brebajes hechiceros y a ese moderno Rubén Cano, llamado Diego Costa, de asesino mirar y con más trazas uruguayas que brasileñas. Con estos dos tormentos en punta, el Atlético es el otro semifinalista de Copa y al que se da por víctima propiciatoria, pues el sino del club es perder contra el eterno enemigo..., aunque aquí tendrán algo que decir los futbolistas rojiblancos, acostumbrados por historia a llevar la contraria a sus propios aficionados. En su pedestre parlamento, habrá que dejar la voz cantante a ese Diego Costa, maestro de esgrima en las artes psicológicas con una pasmosa facilidad para enloquecer a todo tipo de defensas, y sobre todas ellas, las de la Bética nación, que hoy 28 de febrero celebra su día.
      
Diego Costa se dió a conocer en España jugando en el Celta y en el primer partido de Liga se enfrentó contra el Córdoba, empezando a cosechar celebridad asustando a los recogepelotas. Luego vino con el Albacete, incomodando como tábano en la era, y alcanzó fama en Pucela y Vallecas. Ya se ha hecho imprescindible, pues es mucho mejor futbolista de lo que parecía, no se cansa nunca y tiene la increíble habilidad de envenenar los espíritus enemigos.
  
    El aficionado parece entusiasmarse más con un Pepe-Diego Costa que en el derby en sí, pero los más veteranos deseamos una final como la del año que murió Franco y que es una de esas lecciones inolvidables y demostrativas de que un 0-0 puede ser muy divertido. Mucho más que un 4-0, por ejemplo. En aquellos años la final de Copa caía siempre en los Sampedros y recuerdo que la del 75 la vimos en casa de Alberto el de Villusto, al que no le gusta el fútbol, pero sí merendar bien. Reina, y sobre todo Miguel Ángel, brindaron una antología de paradas, pero al final Irureta, al que yo admiraba mucho, falló en la tanda de penaltys y me tocó pagar a los madridistas un porroncillo de clarete en El Rubio. De camino a las barracas con Gaitu, merengón de nacimiento, discutíamos sobre la características del partido perfecto, en el que  si estaba perfectamente jugado no podía haber goles. La teoría nos la copió Clemente años después, pero por entonces, aquella final de Copa nos pareció el no va más del fútbol y entre mis papeles descansan unas fotos espectaculares de los protagonistas que hizo el AS Color que no tengo de tiempo de buscar.