lunes, 11 de febrero de 2013

Bailando con hienas

Valdemorillo, 2013 


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    En pie, piperos que aplaudíais a Silva y a Llorente por españoles: ese meteoro que cruza el campo con estela de 7 es Di Stéfano, que ha vuelto al Bernabéu. Nos postramos ante su chulería astral, y pasamos de vuestro señorío tieso.

    Vuestro señorío murió oficialmente en la noche del domingo 25 de noviembre de 1979 en el estadio de El Molinón de Gijón, cuando “espontáneamente” los aficionados comenzaron a gritar “Así, así gana el Madrid”:

    –Se jugaba el partido Spórting-Real Madrid, televisado en directo por decreto gubernamental de 1944, con la oposición federativa. El árbitro… expulsó a Ferrero al repeler una patada de San José.
    
El “señorío madridista” es un falso tabú pipero que el antimadridismo invoca cada vez que el Real Madrid se niega a ser comparsa del culerismo político y deportivo.
    
Santiago Bernabéu nunca tragó, y por eso fue un fascista tremendo.
    
Téngase en cuenta que la palabra mitomotriz de la patulea antimadridista es “fascismo”:
    
Muchos aficionados del Athletic y del Barça tienen miedo de viajar a Madrid: temen al clima de violencia, artificialmente provocado por Esperanza Aguirre… –dijo un orate del antimadridismo con motivo de la última final de Copa.

    Pero estábamos en 1979. Presidía el club Luis de Carlos. Y con él, según “El País”, que ya miraba por Ramón Mendoza, el señorío no podía caer más bajo, y daba tres datos: el así, así gana el Madrid en Gijón, unas primas a terceros en 1980 (al Sevilla, por ganar a la Real Sociedad) y la “guerra dialéctica” con Núñez, que en todas las reuniones oficiales acusaba al Madrid de ganar la Liga con los árbitros.

    –No puedo estar sentado en la misma mesa que un señor que ha ofendido al Madrid –dijo De Carlos.
    
Y los dejó plantados.
    
Diez años después, la causa culé ya estaba en manos de Pilar Rahola, una máquina de reñir que nombró a Mendoza jefe de la ultraderecha española, por delante de Blas Piñar.
    
El canoro José Carreras le hacía cortes de manga a Mendoza en el palco cuando el Barcelona metía un gol.
    
Siempre sentí que nos llevaban ventaja en su sentido de manipulación sensiblero-nacionalista. Y hay que tener misiles: no se pude combatir un chantaje permanente con las manos en la espalda.
    
El Madrid ganó la Supercopa en Barcelona y mientras los jugadores daban la vuelta al campo a Mendoza lo dejaron solo en el palco “recibiendo salivazos”.
    
A la salida del palco, un aficionado me tiró una patada. Yo la esquivé y el golpe se lo llevó Jesús Polanco, que iba a mi lado.
    
El antimadridismo (esa deriva popular, dice Hughes, del rencor social, que es la ideología primaria del español) ha hecho la humorada televisiva de las hienas, animales sexualmente aberrantes y extremadamente lascivos en todos los bestiarios. El guion responde a la inteligencia de Messi, y su gracia, al enlutado humor eugenio, sardá y buenafuente de una sociedad que no sabe que aquí el único jugador retirado del fútbol por una patada de ñu fue Bonet a pezuñas de Migueli, ante la mirada estulta de Menotti, que es una mirada de vaca viendo pasar el tren.



ARBELOA
    Arbeloa se ha dejado barba de Jeremías, que es barba de levantar la voz, y no es para menos. Jeremías fue la voz que se levantó para decir que nunca la guarida de la hiena sería su herencia, y en ésas anda Arbeloa, que algún obstáculo debe de representar para Messi, si ha desatado sobre sí a toda la prensa del Régimen, cuyos miembros no transigen con la superioridad también intelectual de un simple carrilero. No haber dejado jugar a Messi supone piedra de escándalo. Pero haber sacado a Casillas de debajo del larguero supone prestigio de Hado, de Necesidad, de Destino. Como Keaton perseguido por las novias furiosas, así Arbeloa por los periodistas y las suegras de España.