José Ramón Márquez
Días de mucho, vísperas de nada. Ayer en Valencia el toro y el toreo y hoy en Madrid, en la que el de la tele llama ‘la primera feria del mundo’, la vuelta al redil venteño, es decir al toro de saldo y al torero de todo a cien.
Para este primer domingo de feria el esmerado senado que gestiona el coso de la calle de Alcalá tuvo la idea espléndida de contratar los toros de la sociedad limitada Vellosino Agropecuaria, fanquicia juampedrera y agropecuaria con sede social en Salamanca. Claro es que el hombre propone y Dios dispone, y en este caso la voluntad de Dios se manifestó a través de la docta y científica mano del sanedrín veterinario venteño, que estimó, con bastante buen acierto por lo que se ha visto, que de todo lo que trajeron del campo charro, que solo Dios sabe lo que habrá venido, sólo dos merecían el premio de consolación de pasar el reconocimiento. Y ante la firmeza de la ciencia, la manifestación del señorío de los Agropecuerios, que en vez de retirar esa triste yunta de toros aprobados, decidieron mantenerlos, para demostrar al mundo y para el mundo lo que es el honor de la divisa, divisa Agropecuaria verde y oro -como el vestido de Manolete-, señal Agropecuaria orejisana en ambas, antigüedad Agropecuaria de septiembre del cuarenta y siete.
Luego, una vez en el ruedo, se puso de manifiesto que cada uno de los de la yunta de la Vellosino Agropecuaria S.L., era de su padre y de su madre: uno era castaño, se llamaba Cigarrero, número 156, chiquito, ruin y más tonto que Abundio; y el otro Alpargatero, número 178, negro y largo, que tomó un fuerte puyazo de Luciano Briceño en el que se empleó con rabia. Esos fueron los toros Agropecuarios y luego vino el remiendo, una escalera de mano de ésas que se tienen en casa por si hay que cambiar la bombilla de la lámpara del salón, que venía firmada por esa peste ganadera de los Fraile -que de esos la única que se salva y a mucha honra es Carolina Fraile-. En este caso de los puertos, de las calderillas, de las ventanas, de los fresnos y demás invenciones poéticas para designar a la nada ganadera nos tocó en suerte ver cuatro de Valdefresno, como quien dice de Valdemingómez. De estos es lo elegante decir, para dárselas, que eran en tipo de Lisardo, aunque más bien da la impresión de que si Lisardo llega a ver estos bichejos los echa de Esteban Isidro a garrotazos y no hubiera parado de darles palos hasta que los tuviese colgados como medias canales en el matadero de Guijuelo. Dicho queda lo de Lisardo para que se vea que chanamos del tema.
Con estas seis alhajas se anunciaron Matías Tejela, Miguel Tendero y Juan del Álamo, con antigüedad de los años 2000, 2007 y 2009.
Decir que Matías Tejela transmite al tendido el tremendo aburrimiento que, sin duda, le produce todo esto del toreo es quizás poco para definir la falta de ambición que emanaba de su forma de estar frente al toro y de su actitud ante la lidia. Las ganas que tenía de acabar con aquello desde que empezó sólo son dignas de elogio por la brevedad de sus dos actuaciones, concebidas con gran generosidad hacia el público, para tratar de evitar que el tedio se apoderase del tendido. No vino a Madrid a nada y fue breve, por lo cual vaya el aplauso sincero hacia su decisión de no mentir.
Juan del Álamo se equivocó. Fue en los inicios de la faena a su primero, un toro negro que se llamaba Marquesino, número 103. Del Álamo se coloca bien, venciendo sus dudas, ofrece al toro el medio pecho y le cita con decisión; el toro se arranca y el matador le engancha el muletazo en redondo, le deja colocado y, en el límite de lo admisible se queda colocadito para citar, sin modificar la posición, un segundo muletazo largo y con verdad y luego, de idéntica forma, un tercero. En el aire cultural que nos inunda desde que tenemos montada la carpa de la cultura de Dragó, diríamos que Juan del Álamo hizo un haiku taurino, que a lo mejor ni él mismo se lo cree, pero por primera vez desde que viene por Las Ventas hoy Juan del Álamo se ha aproximado en esos tres muletazos a lo que es el toreo bueno y con verdad, que lo mismo le salió la cosa de casualidad, vaya usted a saber, porque el caso es que luego se ha puesto hecho un loco, se ha hinchado a hacerle ir y venir al torillo de acá para allá sin oficio ni beneficio, haciendo resplandecer una selecta colección de pases totalmente despegados, de tauromaquia del toro hacia afuera y de echar la pata al lado contrario del que debe ir, es decir, de lo que estamos acostumbrados a que nos den este y tantos otros chicos. Le jalearon al hombre el ejercicio circense de tener al bicho de acá para allá, luego vinieron las tradicionales bernardinas y después la plaza rugió cuando le metió el estoque hasta la gamuza... haciendo guardia, que la dicha en casa del pobre dura bien poco, como es sabido.
Eso en el que estuvo bien a su manera, que en el otro nos metimos un tetrabrick de concentrado de Juan del Álamo de no te menees con la ventaja de que como el toro era más violento, le justificaba más, que los toreros vulgares deberían pegarse por los toros broncos, toros de Interior, que les ayudan a tapar sus carencias; mientras que los de Cultura, tan exquisitos, son los que les dejan con las vergüenzas al aire; y es que no se enteran de que esos toros culturetas no valen más que para toreros que sean modelos de haute-couture o que anuncien colonias caras.
De Tendero cabe señalar que le tocó en suerte el memo de Cigarrero, toro castaño, vacuno y estúpido que no tenía ni media leche y que sirvió para que Tendero demostrase una vez más su tauromaquia basada en el olvido, o sea que no habíamos llegado a la puerta de la Andanada y ya el olvido había hecho su labor en nuestras cabezas, que si ahora alguien pregunta si en la plaza estuvo Miguel Tendero o lo que hizo, hay que irse a mirarlo en Internet para responder; y conste que ahora nos acordamos porque tenemos delante la ficha del programa. Por decirlo en plan breve, da la impresión de que Tendero tiene menos futuro en esto que un DJ en un submarino.
Y como la cosa fue en general breve y además hacía una temperatura muy agradable, cada uno se pasó la tarde como pudo: unos nos dedicamos a contar lo de Valencia de ayer, otros como Moncholi, huérfano de la señora que le lleva el bocadillo, a meterse al cuerpo una bolsa de pipas, Simón Casas a ir de burladero en burladero, y Manolo, el hombre, conjurada la amenaza del conflicto de orden público, a echarse un cigarrito tan a gusto. También debe reseñarse como mérito de los toreros de esta tarde el que hoy nadie intentó el circular invertido.
Para este primer domingo de feria el esmerado senado que gestiona el coso de la calle de Alcalá tuvo la idea espléndida de contratar los toros de la sociedad limitada Vellosino Agropecuaria, fanquicia juampedrera y agropecuaria con sede social en Salamanca. Claro es que el hombre propone y Dios dispone, y en este caso la voluntad de Dios se manifestó a través de la docta y científica mano del sanedrín veterinario venteño, que estimó, con bastante buen acierto por lo que se ha visto, que de todo lo que trajeron del campo charro, que solo Dios sabe lo que habrá venido, sólo dos merecían el premio de consolación de pasar el reconocimiento. Y ante la firmeza de la ciencia, la manifestación del señorío de los Agropecuerios, que en vez de retirar esa triste yunta de toros aprobados, decidieron mantenerlos, para demostrar al mundo y para el mundo lo que es el honor de la divisa, divisa Agropecuaria verde y oro -como el vestido de Manolete-, señal Agropecuaria orejisana en ambas, antigüedad Agropecuaria de septiembre del cuarenta y siete.
Luego, una vez en el ruedo, se puso de manifiesto que cada uno de los de la yunta de la Vellosino Agropecuaria S.L., era de su padre y de su madre: uno era castaño, se llamaba Cigarrero, número 156, chiquito, ruin y más tonto que Abundio; y el otro Alpargatero, número 178, negro y largo, que tomó un fuerte puyazo de Luciano Briceño en el que se empleó con rabia. Esos fueron los toros Agropecuarios y luego vino el remiendo, una escalera de mano de ésas que se tienen en casa por si hay que cambiar la bombilla de la lámpara del salón, que venía firmada por esa peste ganadera de los Fraile -que de esos la única que se salva y a mucha honra es Carolina Fraile-. En este caso de los puertos, de las calderillas, de las ventanas, de los fresnos y demás invenciones poéticas para designar a la nada ganadera nos tocó en suerte ver cuatro de Valdefresno, como quien dice de Valdemingómez. De estos es lo elegante decir, para dárselas, que eran en tipo de Lisardo, aunque más bien da la impresión de que si Lisardo llega a ver estos bichejos los echa de Esteban Isidro a garrotazos y no hubiera parado de darles palos hasta que los tuviese colgados como medias canales en el matadero de Guijuelo. Dicho queda lo de Lisardo para que se vea que chanamos del tema.
Con estas seis alhajas se anunciaron Matías Tejela, Miguel Tendero y Juan del Álamo, con antigüedad de los años 2000, 2007 y 2009.
Decir que Matías Tejela transmite al tendido el tremendo aburrimiento que, sin duda, le produce todo esto del toreo es quizás poco para definir la falta de ambición que emanaba de su forma de estar frente al toro y de su actitud ante la lidia. Las ganas que tenía de acabar con aquello desde que empezó sólo son dignas de elogio por la brevedad de sus dos actuaciones, concebidas con gran generosidad hacia el público, para tratar de evitar que el tedio se apoderase del tendido. No vino a Madrid a nada y fue breve, por lo cual vaya el aplauso sincero hacia su decisión de no mentir.
Juan del Álamo se equivocó. Fue en los inicios de la faena a su primero, un toro negro que se llamaba Marquesino, número 103. Del Álamo se coloca bien, venciendo sus dudas, ofrece al toro el medio pecho y le cita con decisión; el toro se arranca y el matador le engancha el muletazo en redondo, le deja colocado y, en el límite de lo admisible se queda colocadito para citar, sin modificar la posición, un segundo muletazo largo y con verdad y luego, de idéntica forma, un tercero. En el aire cultural que nos inunda desde que tenemos montada la carpa de la cultura de Dragó, diríamos que Juan del Álamo hizo un haiku taurino, que a lo mejor ni él mismo se lo cree, pero por primera vez desde que viene por Las Ventas hoy Juan del Álamo se ha aproximado en esos tres muletazos a lo que es el toreo bueno y con verdad, que lo mismo le salió la cosa de casualidad, vaya usted a saber, porque el caso es que luego se ha puesto hecho un loco, se ha hinchado a hacerle ir y venir al torillo de acá para allá sin oficio ni beneficio, haciendo resplandecer una selecta colección de pases totalmente despegados, de tauromaquia del toro hacia afuera y de echar la pata al lado contrario del que debe ir, es decir, de lo que estamos acostumbrados a que nos den este y tantos otros chicos. Le jalearon al hombre el ejercicio circense de tener al bicho de acá para allá, luego vinieron las tradicionales bernardinas y después la plaza rugió cuando le metió el estoque hasta la gamuza... haciendo guardia, que la dicha en casa del pobre dura bien poco, como es sabido.
Eso en el que estuvo bien a su manera, que en el otro nos metimos un tetrabrick de concentrado de Juan del Álamo de no te menees con la ventaja de que como el toro era más violento, le justificaba más, que los toreros vulgares deberían pegarse por los toros broncos, toros de Interior, que les ayudan a tapar sus carencias; mientras que los de Cultura, tan exquisitos, son los que les dejan con las vergüenzas al aire; y es que no se enteran de que esos toros culturetas no valen más que para toreros que sean modelos de haute-couture o que anuncien colonias caras.
De Tendero cabe señalar que le tocó en suerte el memo de Cigarrero, toro castaño, vacuno y estúpido que no tenía ni media leche y que sirvió para que Tendero demostrase una vez más su tauromaquia basada en el olvido, o sea que no habíamos llegado a la puerta de la Andanada y ya el olvido había hecho su labor en nuestras cabezas, que si ahora alguien pregunta si en la plaza estuvo Miguel Tendero o lo que hizo, hay que irse a mirarlo en Internet para responder; y conste que ahora nos acordamos porque tenemos delante la ficha del programa. Por decirlo en plan breve, da la impresión de que Tendero tiene menos futuro en esto que un DJ en un submarino.
Y como la cosa fue en general breve y además hacía una temperatura muy agradable, cada uno se pasó la tarde como pudo: unos nos dedicamos a contar lo de Valencia de ayer, otros como Moncholi, huérfano de la señora que le lleva el bocadillo, a meterse al cuerpo una bolsa de pipas, Simón Casas a ir de burladero en burladero, y Manolo, el hombre, conjurada la amenaza del conflicto de orden público, a echarse un cigarrito tan a gusto. También debe reseñarse como mérito de los toreros de esta tarde el que hoy nadie intentó el circular invertido.
Boni, Cid, Alcalareño y Pirri en el cortejo al victorino Planetario,
en cuya boca cerrada no entran moscas