Francisco Javier Gómez Izquierdo
En los bares y tabernas de Córdoba -aún quedan muchas tabernas que venden el vino en rama- se han enterrado las conversaciones sobre el paro, que entre parados no tiene solución, y el personal se ha dado a exponer teorías detectivescas ante la poca claridad de ideas de los comisarios que han tocado en suerte, tanto en Córdoba como en la vecina Sevilla.
El jefe de policías que dirigió el caso Marta del Castillo y que tanta desazón ha llevado a los contribuyentes, se antoja en Córdoba que peca de pusilánime y de falta de recursos intelectuales. Lo trajeron a resolver el caso de los dos hermanos Bretón desaparecidos y estuvo una semana del coro al caño y del caño al coro, decidiendo la superioridad, entiéndase el señor Rubalcaba, que volviera a Sevilla a resolver el robo de los no sé cuántos kilos de cocaína desaparecidos de las dependencias de su comisaría. La superioridad ha mandado un comisario de la capital, de los de prestigio, al que se le ha visto agachado ante una alcantarilla con los pirulos de los vehículos policiales en posición de sirena estridente. Los cordobeses siguen esperando... hasta que llegue el olvido. Como casi siempre.
Al comisario de Madrid, no sabemos si por indicios o por hacer algo, le dio por romper tabiques en la casa de campo del abuelo de los niños desaparecidos, y pudiera ser que por simpatía, un juez ordenó a la Guardia Civil excavar en una nave de cemento de Aguilar de la Frontera por si allí está enterrada Ángeles Zurera, desaparecida en marzo del 2008. Ángeles, una señora miope, salió sin gafas de su casa al oír un claxon. Y no se supo nada más. La policía sigue sin pistas. El juez, tres años después manda una taladradora a una nave.
La familia de Soledad Donoso, cuyo cuerpo sin vida se encontró junto al estadio de El Arcángel hace casi 20 años, también se ha movilizado estos días para recordar a las autoridades que su tragedia está sin resolver.
Hace dos semanas, dieron muerte a un señor mayor en una calle de Córdoba, y el rumor dice que los dacios tienen que saber algo, pues hay uno en cada esquina. No hay detenidos.
Desde que se sabe tanto sobre el perfil psicológico de los asesinos y se da a la policía el cuestionario a emplear sólo se resuelven las malas muertes que dan los novios, esposos y amantes, que antes de que se les pregunte ya se declaran culpables. A veces, y por ahorrar, esos cafres se dan a sí mismos matarile, dejando resuelto el crimen.
Los parroquianos sentados ante un medio de Moriles y una copa de Montilla, empiezan a mosquearse ante tanto tacto psicológico... y tanto asesino suelto.