En la mitad del mes de julio de 1522, 10.000 guerreros fieles al conde castellano de Miranda entre los que se contaban numerosos navarros pusieron cerco al castillo de Maya, Amaiur en euskera, erguido sobre el fértil valle del Baztán, donde una guarnición de 200 navarros partidarios de la independencia del vencido rey Enrique resistieron el asedio por espacio de una penosa semana. Hubieron de capitular finalmente, y España quedó cerrada por el norte hasta el día de hoy.
O hasta el día de ayer, querrían creer los diputados de Amaiur, que bajaron del monte invitados por Don Pascual el del Constitucional para instalarse en el Congreso, desde cuyos escaños, atalayándose en torno a su particular mitología de la reconquista, blasonando como modelos sin espejo de la anorexia intelectual que provoca la dieta de lectura de Sabino Arana, confían en revertir su fabulada condición de pueblo oprimido. Y allí estábamos los periodistas, escrutando su desembarco físico en la sede de la legalidad soberana, indivisible dicen, del pueblo español, elucubrando si vendrían con las chirucas de los domingos o con la motosierra inaccionada del chiste –“¡Ahí va pues, Patxi! ¿Y ese ruido?”–, curiosos ante la exótica especie recién adquirida por el zoológico parlamentario.
Y allí aparecieron...
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