lunes, 12 de diciembre de 2011

In Mou We Trust

El señorío de esos espíritus selectos que abandonan su bandera
cuando cargan fuertemente contra ella y se pasan al enemigo...

George Borrow

Ignacio Ruiz Quintano

Abc

No es la fatalidad (que también) que dice Mourinho, sino el fatalismo, un fatalismo como el de Moctezuma a la vista de los españoles, el fatalismo de todo está escrito y ya lo tienen dicho los profetas, que en este caso son los psicoanalistas argentinos y algunos ex empleados de la Casa con malentendidos laborales pendientes.

El fatalismo mata a los jugadores (Ramos, Alonso y Cristiano, porque lo de Casillas, Lass y Özil es otra cosa) y, sobre todo, mata al público (Fondo Sur aparte): había más pasión en las viejas que celebraban el Adviento en los Sagrados Corazones que en las tribunas del Bernabéu, estanterías de cabezas con cara de juez, como los marmolillos de la casa de Zapatero en Somosaguas.

El señorío de esos espíritus selectos que abandonan su bandera cuando cargan fuertemente contra ella y se pasan al enemigo… –decía Don Jorgito el Inglés, el de las Biblias.

El mismo fatalismo de la noche del Lyon con Pellegrini: Higuaín falló un gol claro y el equipo se hundió en la miseria. El sábado, Ronaldo tuvo el gol más claro (sin niebla y con luna llena) de su carrera deportiva, un gol que hubiera marcado hasta Manolo Clares (“¡Manolo, marca ya!”), y lo falló: era el segundo, la goleada…

Importan los goles, no el sistema –había dicho Guardiola, con esos modales gatunos y deslizantes que vuelven locos a los cursis.

¡Acabáramos! Son los goles.

Özil, en su otoño; Lass, en su caos; y Casillas, de Piolín: su niki amarillo es la cola blanca que Dios puso en los conejos para que los cazadores les disparen. En cuanto a Cristiano…

Cristiano encarna ante el Barcelona la paradoja de “La Trampa 22” de Joseph Heller:

Orr estaba loco y podía retirársele del servicio. Sólo tenía que preguntar, y ya no estaría loco y tendría que volar en más misiones. Orr estaría loco si pilotaba en más misiones y cuerdo si no lo hacía, pero si estaba cuerdo tenía que tomar parte en ellas. Si tomaba parte en esas misiones estaba loco y no tenía que hacerlo; pero si no quería hacerlo entonces estaba cuerdo y tenía que hacerlo...

¿Y Messi, ese Potele de agua clara? Tiene cosas de genio, como aquel pelotazo al público del Bernabéu o el aporreo de la puerta de emergencia de un avión en vuelo para celebrar un título. El sábado debió ser expulsado, pero el árbitro sabía que del Barcelona de Pep, si le quitas a Messi, queda lo mismo que de los hermanos Quintero si los traduces al castellano, y en juego estaba echar de la Mejor Liga del Mundo al Mejor Equipo de la Historia… ¡antes de Navidad!

In Mou We Trust –tuiteó un madridista fantástico.

Este Madrid puede ganar sin despeinarse la Mejor Liga del Mundo, pero la derrota idiota del sábado prolonga el guardiolismo (moralismo socialdemócrata con “rovellons” líricos de Marti i Pol) y la literatura ratonera y lunfarda que lo acompaña.

Una tontería, y los ratones del avión del Barça se han metido en el vestuario del Madrid.

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MUERTE ENTRE LAS FLORES
Mou se jugaba contra el Barça de Alexis (otro Torito Zuviría) la décimo sexta victoria consecutiva, superando a Miguel Muñoz, el de la flor en… el ojal, y ya ven: si lo de Muñoz era el clavel reventón, lo de Pep es una orquídea silvestre, a tono con la “humildat” de Rosell en el palco del Bernabéu: “Les hemos dado un baño”. Que es lo que uno esperaría oír del presidente de Red Bull en el palco de Maranello. Después de todo, Red Bull, como el Barça, es una moda, pero Ferrari, como el Madrid, es una leyenda.


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