Caminaba uno hacia la plaza del Rey, donde se alza la Casa de las Siete Chimeneas, donde halla su habitación ese oxímoron institucional que es un Ministerio de Cultura, donde mora muy interinamente la cinera Sinde, que ayer debía anunciar el fallo del Premio Cervantes. Caminaba uno hacia allí y se preguntaba: ¿A qué egregia cabeza, a qué cráneo privilegiado ornará la suma unción de la musa hispanohablante? ¿Qué meninges extenuadas por el parto creador ceñirá el verde laurel bautizado por el más alto novelista que vieron los siglos? ¿A quién le cae este año la piñata del Cervantes? Descartado Teddy Bautista por exceso de autoría y Vicente del Bosque por la falta de ella, los periodistas que vamos llegando a la sala de prensa ultimamos una quiniela apresurada:
—Dicen que Boris Izaguirre está bien colocado... —propone uno.
—No descartéis a Pérez-Reverte. No me gustaría formar parte del jurado que no se lo dio... —apunto tímidamente.
—¿Y sabéis si está confirmada la asistencia de Cervantes? —inquiere un tercero.
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