El humor no es evidentemente ninguna broma sino el seudónimo de la inteligencia. De ahí que los tontos no resulten graciosos jamás, aunque lo intentan a menudo. Incluso les aplauden a veces, y a veces hasta les dan premios, porque con sus inocuas tonterías nadie puede darse por aludido. Por simple humorista se tenía un fénix del ingenio universal como Mark Twain, ayer homenajeado en la página inicial de Google, que en nuestros días equivale al frontispicio del Oráculo de Delfos, allí donde se aconsejaba al peregrino: “Conócete a ti mismo”; consejo, por cierto, que ya sólo parece aplicarse Ronaldinho.
Pero ay, el pobre Twain no llegó a tiempo de luchar contra Franco, así que no mereció ningún Premio Nacional de las Letras y ya sólo se acuerdan de él los pesquisidores insomnes de la corrección y el progreso, que han advertido escasez de afecto por los negros en Las aventuras de Huckleberry Finn, como pronto descubrirán discriminación por razón de tamaño en los gigantes a los que pretende agredir Don Quijote. Se ve que en el planeta no va cabiendo un solo tonto más, que si les pusiéramos alas no se vería el sol, y en este trance uno enseguida evoca a Gómez de la Serna, que recomendaba ser en la vida un poco tonto porque, si no, lo son sólo los demás y no nos dejan nada.
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