Aquí ha venido el cambio y ha venido para quedarse, paradójicamente. Y si aquí cambia todo, ¿cómo no iba a cambiar, por antonomasia, la Guardia Real, a cuyo relevo solemne asistimos ayer en la planicie del Palacio de Oriente? Pero que no se nos entusiasme el republicanismo: no hay que confundir el cambio de la Guardia Real con el advenimiento de la III República que se pedía el Día de la Constitución a las puertas del Congreso. Mayor que aquella concentración tricolor era la monárquica multitumbre –hallazgo expresivo de Peperino Pómoro, el mejor personaje del humor argentino– congregada en la llanura palaciega, dispuesta a desagraviar a una Corona en trance rockero de espiral autodestructiva. Hombre, la multitumbre no rugía como hubiera rugido ante Nadal saliendo a caballo del patio de armas, pero algo es algo, Alteza.
La liturgia marcial, como la eclesiástica, comportará siempre un irresistible atractivo para la sensibilidad popular, y por eso no cabe extrañarse del caudillaje de Mou o de que le funden una iglesia profana a Maradona. ¡Con qué dignidad cabeceaban los blancos caballos de los jinetes del cuerpo.
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