miércoles, 7 de diciembre de 2011

Castrismo

La famosa tolerancia en un capitel
de San Juan de Duero

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La salida de la vieja Europa es establecerse como museo al estilo de la casa de los Leguineche (el palacio de Linares y sus fantasmas) en las películas de Berlanga, y que Ángela y Nicolás nos contraten a los españoles de bedeles, que para guías...

A la ruina económica (bancarrota) y moral (Eta) de nuestro socialismo de corral hay que añadir la ruina cultural que supone la figura del comisario político metido a historiador.

Es deprimente asistir en la misma mañana a las bobadas que se dicen del claustro de San Juan de Duero en Soria o de las pinturas murales de San Baudelio en Casillas de Berlanga por guías al servicio del mantra del castrismo (de Américo, no de Fidel): las tres castas, las tres culturas, la tolerancia mostrenca (zapateril) y la historia en grageas de Disney.

Orgullosamente usted declara leer a Kant; humildemente yo reconozco que leo el ABC –escribe Claudio Sánchez-Albornoz al pedantón de Laín, castrista de nuevo cuño, de quien alaba, con sorna abulense, su “heroica prudencia”.

Estamos en 1974. Laín alaba a Castro para hacerse un hueco. Y Albornoz le acusa de aceptar las ruedas de molino del castrismo “como una preventiva vacuna izquierdista contra un posible radical cambio político en España”.

Castro cambió dos veces de nacionalidad: brasileño, y luego, norteamericano. (“Hay que darles apoyo moral”, dijo, retratándose, para explicar lo segundo.) En manos de los comisarios políticos, su dogma de las tres castas ha hecho un daño irreparable.

Ahora la historia oficial de España es el dogma de un dómine contado por un idiota.

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