La Adoración de los Magos
(al niño de César Rincón: Navarro, Márquez, primo Ramón, Alfageme y Bustos)
(al niño de César Rincón: Navarro, Márquez, primo Ramón, Alfageme y Bustos)
José Ramón Márquez
Ayer en Pozuelo una tía lista se cargó el festejo. Ya se sabe que en España le das a uno una gorra o un pito y es el amo del gallinero; pues donde pone pito, póngase pañuelo blanco y ya la tenemos liada. Pase que los toros, de Rivera de Campo Cerrado, fuesen como fuesen, que el primero llevaba dos escobillas del WC en los pitones y el sexto tenía lo que mi primo Ramón llama ‘aptitud cárnica’; estamos en un pueblo y echamos la tarde tan ricamente y, si además hay toreo, pues miel sobre hojuelas. La piden a la tía el cambio del toro y la rubia dice que nones, con su veterinario al lado, veterinario de consumos o de castrar perritos de aguas o de curar al canario flauta que está malito, y ahí se queda el toro con sus pocas fuerzas y sanseacabó. A partir de ahí la tarde se tuerce, ya nadie da pie con bola, el ambiente se torna agrio y la corrida de una simpática tarde de septiembre se va al desagüe. La rubia, ella sola, fue la que lo hizo.
Y entre tanto ¿qué vimos? Pues a Luque, que el hombre hace un montón que no le veíamos por ningún lado y que se nos ha pasado la temporada sin noticias suyas. La cosa debe irles de pena, porque el padre no me invitó ni siquiera a un café, como la otra vez. Yo no tengo ni idea de esto, como es natural, pero a un hijo mío no le habría puesto jamás bajo el pupilaje cortoplacista de José Luis Marca, que luego pasa lo que pasa. Le queda al chico aún un mano a mano en Sevilla para tratar de ponerle un parche SAMI a esta tremenda temporada que ha tenido. Ni siquiera con esos torillos dijo gran cosa. Dio un gran redondo a su primero.
César Jiménez es, para mí, como los cantantes Sabina o Miguel Ríos. Que se estilan las rancheras, pues rancheras. Que se estila el rock urbano, pues rock urbano. Que se estilan las canciones de frontera con acordeón, pues eso. Que ahora vamos de cosa seudo sinfónica, pues ¡hala! Dio César Jiménez una serie de cinco muletazos en la cual cada uno era de un estilo: empezó con el seudodesmayo de Pepito Arroyo (ahora Pepito Veragua), siguió con el despegue Julysta, el tirón de Fundi, el bullidor de Fandi y remató con el aire rural de Víctor Puerto. Cinco en uno. Un compendio de estilos en una sola serie para el torero que le cabe todo el toreo en la cabeza y que, además, lo ofrece de seguido y al por mayor. A ver si se centra y, de todos los estilos que domina, elige uno y trata de seguirlo, que eso desconcertará algo menos al respetable.
De Cid, pues no diré nada porque nada hubo apenas salvo el inicio de la faena al segundo, relajadísimo y toreando muy despacio. Se acabó el toro en seguida, se enfadó el torero, nos enfadamos todos y la tarde se precipitó hacia su triste fin.
Uno de ellos cortó dos orejas, pero nadie se molestó en bajar a sacarle por la puerta grande.
En un burladero del callejón, el Maestro César Rincón daba prestigio al festejo con su presencia. ¡Qué parecidos son en tantas cosas Rincón y Cid!