miércoles, 8 de septiembre de 2010

Lecciones en el cementerio

Tumba de un filósofo desconocido


Francisco Javier Gómez Izquierdo


¿A quién espera? ¿De verdad espera a alguien? ¿Se está riendo? ¿Es amante, filósofo o gracioso? ¿Hombre o mujer? Está en el cementerio de mi pueblo. Podría enterarme del nombre del muerto, pero si el muerto -o la muerta- no quiere identificarse, ¿quién soy yo para quebrar la voluntad de los muertos? La lápida no es comprada en esas tiendas llamadas funerarias. La lápida estoy por apostar que ha sido encargo hecho a un primo mío, maestro cantero, como los que esculpieron las iglesias románicas, pero no quiero preguntarle ni siquiera hacerle mención de la sorpresa que me llevé al encontrarla. ¿Por qué hemos de creer que los brillantes epitafios han de figurar en lápidas de hombres ilustres? Demos a esta sepultura anónima la misma categoría que dio la novela picaresca al Lazarillo de Tormes, y perdóneseme la desmesura en la querencia por mis paisanos.


Canteras que parieron catedrales