martes, 19 de julio de 2022

Una España de Gibraltares


 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Id tomando veneno hasta que os sepa bien. El veneno es el “Estado Compuesto”, término caspojurídico para nombrar a una España de Gibraltares que viaja en la Constitución como Jonás en la ballena. Y nos encampanamos con Sánchez, el tipo que descubrió la cuna de Machado en Soria, porque en Érmua ha dicho que “España y Euskadi son dos países”, que es lo que dice Feijoo en el Círculo catalán cuando va a Barcelona, pues los dos viven ya en su Estado Compuesto.


    –Para una cosa constitucional que digo… –podría quejarse Sánchez, si tuviera conciencia (¿qué conciencia va a tener una autoridad que va a Érmua a honrar al espíritu del muerto cuando el cuerpo hubo que llevarlo a Orense para que lo dejaran descansar?).


    Constitucional… ¡y académica! Porque la RAE, no me digan cuándo, ha colado en “el bidet del idioma”, como D’Ors llamaba al hueco de la mesa de la Academia, una acepción de “nacionalidad”, la tercera, que es como despejar la “x” del “clítorix” en el cenicero de Cebrián: “Comunidad autónoma a la que, en su Estatuto, se le reconoce una especial identidad histórica y cultural”.
    

Gibraltares con historia y cultura de primera y Gibraltares con historia y cultura de segunda y tercera: Urkullu (“yo no soy español”) y Arana, Feijoo y Breogán, Bonilla y Blas, por un lado, y por el otro, Castilla en taparrabos y demás tribus limosneras. Los nietzscheanos dicen que sólo se puede definir lo que carece de historia, pero los académicos no son nietzscheanos, sino morcilleros, como los actores viejos, y su definición mostrenca de “nacionalidad” sería su contribución al “mainstream” federalizante, que ellos son Cervantes, siempre dispuestos a escribir “una historia diferente”.
    

Avergüenza repetirlo: una nacionalidad es un grupo deseoso de hacerse con el control de la conducta de sus miembros; si la nacionalidad obtiene el poder de respaldar sus aspiraciones, se hace nación; y si la nación consigue la soberanía, es un Estado.


    Alguien dijo que la impostura nacional de la Santa Transición fue tan grosera que la palabra “España” es sustraída del discurso público (sustituida por “este país”): “Y muy maquiavélica debió de ser la impostura de la unidad nacional cuando la propia Constitución (que sólo puede afectar, por la naturaleza de la materia constituida, al régimen de poder político en el Estado) se sale de madre para definir fantasías que la desbordan”:
    

Como, por ejemplo, emplear el término “nacionalidades”, cuyo significado exclusivamente cultural nadie se atreve a decir, para diferenciar dentro del Estado político a Cataluña y al País Vasco de las demás regiones.
    

Eso, en el 78. Hoy, gracias a la “concordia” y la “moderación” (en política, sinónimos de corrupción, incluso en Ortega) del “reformoportunismo” centrista, nación es hasta Lavapiés. Ya el Tao decía que todo es comestible, si se divide en partes lo bastante pequeñas. Y lo que queda es el sentimiento de desprecio mezclado de rencor que, según los clásicos, sigue a las grandezas abatidas.

[Martes, 12 de Julio]