A dos mil euros el selfi
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La oligarquía de partidos-lapa en el Estado fue una imposición del ejército de ocupación a la Europa derrotada. Un sistema de control para la guerra fría: elimina la política (la conquista del poder) y la sustituye por el consenso (reparto del poder mediante pacto o corrupción). El pueblo no decide nada, pero se le vende que lo decide todo, y siendo necio, lo compra. Su necedad se nutre de la guerra cultural entre la Komintern de Willi Münzenberg y la CIA de Michael Josselson, con su plan de engorde para intelectuales (los famosos liberalios) de la socialdemocracia, donde militan todos (¡aquel Julián Andía de Tierno!).
–Y ahora, conectamos en directo con la guerra fría de la cultura –era un gag de la BBC.
Los ingredientes de la oligarquía de partidos son dos colas de león (coleo de derecha a izquierda) y muchas cabezas de ratón destinadas a la extracción de dinerales. Al colear de las colas por turno llaman bipartidismo, cuando ni siquiera sería turnismo, como el de la Restauración, que ya era malo, visto por Galdós: “Los dos partidos son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, y llevarán a España a un estado de consunción que, de fijo, ha de acabar en muerte. No harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos...”
Bipartidismo es otra cosa. La grandeza americana de los Founding Fathers fue admitir el fracaso de su primera Constitución, confederal y parlamentaria, y elaborar la de la Convención en Filadelfia, federal y presidencialista, de elección directa y separada, invento que al reducir a dos las opciones trae por consecuencia el bipartidismo, que es, como la mayoría absoluta (enemiga de la oligocracia), un distintivo de la democracia.
Bipartidismo y mayoría absoluta constituyen anomalías graves en la partidocracia, de sistema proporcional, que el Régimen, que está muy bien vigilado, se apresura a corregir, y ahí tenemos las obras maestras de Podemos y de Vox como tapagrietas del montaje, que han conseguido devolver al corral a las churras y las merinas que se habían desengañado del cuento, con lo que hablar aquí de bipartidismo es ignorar bajo qué régimen político se vive. El sistema proporcional, que disuelve la conciencia nacional, da por sentada la imposibilidad de la democracia.
Sin presidencialismo, pues, no hay bipartidismo (ni división de poderes, claro). Pero ¿sería compatible con la Monarquía?
–Una Monarquía presidencialista es democrática. Una República parlamentaria es oligárquica –concluyó el genial autor de la “Teoría pura de la República”, que en el 74 entregó al Conde de Barcelona un proyecto constitucional de Monarquía presidencialista (nada que ver con “la monarquía futurista” de Yarvin) que a Maurice Duverger, con quien lo consultó Don Juan, le pareció “que habría hecho soñar a Benjamin Constant”.
Poco nos suben los impuestos.
[Viernes, 24 de Junio]