Martín-Miguel Rubio Esteban
Doctor en Filología Clásica
Este remembrante ya sexagenario estaba de acuerdo con su amigo Paco Nieva: “El recuerdo es historia viva, a la vez que representación alucinada”. A menudo, en estas remembranzas de Antonio, mi memoria me sirve las más curiosas estampas en bandeja. Es como un claro chapuzón en la historia, en una historia de “primera mano”, de la que yo puedo decir con cierto agradecimiento al destino, “Yo estuve allí”.
Después de treinta años de kampucheísmo educativo visitar la preciosa y bien nutrida biblioteca de Antonio García Trevijano es una fiesta que te llena los pulmones del alma de oxígeno espiritual y de optimismo cultural y moral. Durante largos años la canalla gubernamental, forjada toda ella en el yunque de las necias y vulgares ambiciones, ha intentado con todas sus fuerzas convertir en un secarral la cultura media del pueblo español, sometiendo durante treinta años a niños y adolescentes a un implacable y despiadado proceso de analfabetización sólo comparable al régimen del Khemer rojo Pol Pot. La calidad intelectual de los actuales miembros que componen nuestro Parlamento Nacional son prueba sobrada de ello. Disciplinas y saberes arraigados de la cultura escolar española desde la Ley Moyano, e incluso desde la egregia Ley de Gil de Zárate, que introdujo a España en la modernidad, como el latín, el griego, la filosofía, la literatura española, el francés y otros, se han rabiosamente liquidado en favor del diseño, la tecnología de trabajos manuales, la peluquería, las técnicas de belleza facial, la cosmética, los misterios del género o sexo artificial, y otros catecismos muy creativos con los que lograr por completo el terrible desiderátum vandálico de “¡muera la inteligencia!”. Si lo de José Millán Astray y Terreros, culto Jefe del Cuerpo de Mutilados, fue una fanfarronada retórica de la eterna desconfianza de la espada hacia la inerme e írrita pluma, resuelta ya inesperadamente por Don Quijote, lo que ha perpetrado turbiamente el Estado español a través de su tumultuario Ministerio de Educación y Ciencia, o de Doctrina y Barbarie, deja de ser retórica vana para convertirse en una realidad cruel y despiadada: la sistemática barbarización, programada implacablemente por la kampucheana Reforma educativa contra dos generaciones de españoles ya perdidas, y que está ya teniendo dramáticas consecuencias en el desarrollo cultural y económico del país. El sistemático saqueo de valores espirituales, culturales y morales ha alcanzado un nivel pavoroso, sólo comparable al de los cruzados del veneciano Enrico Dandolo sobre Constantinopla, causantes de una ruina con la que cayó un telón entre los Antiguos y nosotros; un telón oscuro e impenetrable que no se levantaría jamás. Pero la degradación moral y educativa de los ciudadanos son imprescindibles para el dominio de esta clase política de las Lastra y los Pons inanes.
Por todo ello, la primorosa biblioteca de Antonio García-Trevijano, con la colección universal de clásicos de “La Pléiade”, con todos los números reunidos y magníficamente encuadernados del periódico “La Falange”, dirigido por Fourier y Víctor Considerant (los analfabetos del estado actual, pons-lastrista, entenderán, los pobres, otra cosa), con las obras completas del genial político, antropólogo y poeta cubano José Martí –imposibles hoy de encontrar en la propia Cuba, de librerías vacías de libros, y sólo con libelos infumables de su Revolución masacradora, famélica y esuriente–, con las obras completas de las mejores ediciones críticas de Jean Bodin, Thomas Hobbes, Montaigne, Leibniz, John Locke, David Hume, Montesquieu, Rousseau, Jeremy Bentham, Benjamin Constant, Proudhon, Thomas Carlyle, Hyppolite Taine, François Guizot, John Stuart Mill, Tocqueville, Marx, Engels, Auguste Comte, Errico Malatesta, William James, Max Weber, Pareto, Karl Kautsky, Hans Vaihinger, Benedetto Croce, Gramsci, Georg Lukacs, Adorno, Walter Benjamin, Hannah Arendt, Isaiah Berlin, C. B. Macpherson, Herbert Marcuse, Michael Oakeshott, Karl Popper, John Rawls, Jacques Maritain, Mario Bunge, y medio millar de pensadores políticos más, antiguos y modernos, con docenas de obras de historiadores de todas las épocas, bellamente encuadernadas en fina piel de vitellus por el infinito amor que tenía su dueño al género literario de la Historia, con miríadas de obras de Derecho Romano y moderno, con todos los clásicos de la economía y la sociología, con los mejores libros de Antropología, desde Morgan o Frazer a Karl Wittfogel y su teoría del Estado hidráulico, etc., etc, etc.; con todas esa maravillas de hazañas intelectuales de la Humanidad la biblioteca de Antonio García-Trevijano sigue representando hoy un faro iluminador y un espíritu singular y apasionadamente curioso que está muy presente aquí. La biblioteca privada, y no la figura pública, es el verdadero espejo del alma de un intelectual humanista. Sus obras, además, acreditan para siempre que la erudición no es mero conocimiento del pasado, sino acicate incesante del pensamiento sobre el presente y de la coherencia en la conducta moral.
Haber estado en la biblioteca de Trevijano es un requisito imprescindible para quienes quieran acercarse en el futuro a su figura. Sus libros, sus plúteos, la belleza de sus encuadernaciones nos dicen muchísimo de nuestro amigo. Al final de su vida fueron adquiriendo cada vez más importancia los principios morales de su obra de pensamiento político. Su obra fue convirtiéndose cada vez más en una ética política. Así, nos solía decir que para un demócrata la verdad es más importante que la victoria, siendo ésta elemento básico en el homo politicus. Pero la democracia no puede nunca degradarse a la moral futbolera de los hinchas de fútbol, para quienes lo único importante es la victoria de su club, aunque se hayan hecho trampas descomunales o se hubiese comprado al árbitro. Pues lo único importante es ganar el partido. No es así en la Democracia, en la que la razón de la victoria es el bien y la verdad. Ganar y ganar, ganar por ganar tiene siempre algo de brutalidad. El método de tomar decisiones que constituye la Democracia ya se funda en el bien y la verdad. E incluso añadiría en la belleza, que diría el maestro. Por lo demás, ya decía Ganivet, egregio paisano de Antonio, que la verdad no surge del concurso de muchos hombres, sino del esfuerzo de las inteligencias.
Antonio, impenitente fumador, leía siempre con su mano izquierda sujetando el perenne cigarrillo, y con la diestra pasaba suavemente las páginas del libro con cariño respetuoso y singular elegancia, sin caer jamás un grano de ceniza en aquel inmaculado y selecto papel de tina. Yo diría que leía los libros como el notario y exitoso abogado que era, como documentos de un proceso judicial en el que intereses personales enfatizan unas cosas y ocultan otras, adivinando pronto las inclinaciones más escondidas de su autor. En la época en que lo conocí, la década de los ochenta, caía en una reunión de amigos correligionarios todo un paquete de aquellos cigarrillos largos y finos.
La pasión por el arte y la belleza la tuvo Trevijano toda su vida –sólo hacía falta visitar su casa–, pero fue a partir de la primavera del 2000 cuando se enfrascó en el desarrollo de una teoría del arte y la belleza, poniendo en movimiento todos sus miles de conocimientos almacenados y ordenados en su prodigiosa memoria, que comenzaron a salir en múltiples escritos con una fuerza pasmosa, y con la frescura del que cuenta algo largamente rumiado en su inconsciente. Escribió centenares de páginas, muchas de las cuales aún no están editadas, y su Ateísmo estético, Arte del siglo XX, recoge apenas un 20% de la producción sobre arte plástico que nos pasó a sus amigos para leer. Son páginas en que su enorme erudición sobre las artes plásticas se une con una increíble penetración psicológica y su sabiduría hermenéutica. No conozco ningún crítico ni pensador sobre el arte que la haya tenido, ni si quiera Friedrich Schelling.