viernes, 8 de julio de 2022

Otan en el Museo del Prado


Ludwig Meidner

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    En un tris de una guerra mundial (sería la última), el músculo moral de la Otan, su ultrasur, es Pedro Sánchez, que se la llevó a cenar al Museo del Prado para impresionar a Sleepy Joe, el hombre que emocionó a Spielberg y a los periodistas españoles (¡qué orfandad de Berlanga, por Dios!) alabando su Palacio Real.
    

La cena de la Otan en el Museo del Prado, iluminada a lo “Barry Lyndon”, es la cena de Viridiana de Buñuel contada por Berlanga, con Biden de Lola Gaos, y de Paco Rabal, Sánchez, agasajados con pulguitas de jamón del chef José Andrés y una bula de Cruzada del padre Ángel, previa visita a la pinacoteca guiados por Solana, que anda de patrón, disfrazado de Menipo velazqueño con una capa de uranio empobrecido del que sobró de los bombardeos en Yugoslavia.
    

Con tantos restaurantes de progreso como hay en Madrid ¿por qué cenar en el Museo del Prado? Por dos motivos: empeño de la Prensa en dar a Biden lustre de Médici el primero (Biden, como se sabe, es católico, y le gusta cenar junto a un Cristo, mejor si es el de Velázquez, mientras en su partido proponen el aborto incluso hasta treinta días después del nacimiento), y luego, por “camouflage”, teniendo en cuenta que en 2016 dos “cisnes blancos” rusos (Tupolev 160 Blackjack para el vulgo) sobrevolaron el Golfo de Vizcaya y sólo volvieron grupas deslumbrados por el fulgor del titanio que al atardecer envuelve el Guggenheim.
    

Para Madrid el arte y para nosotros las bombas –refunfuñó Arzallus cuando desembarcaron el “Guernica” en el Sofidú.
    

No hubiera quedado mal la foto de los otaneros en pose de última cena, como los viridianos de Buñuel, delante del “Guernica”, de haberlo permitido Borjamari Villel, un director adelantadillo de confesión marxista-leninista. Aunque el “Guernica” no sea sino una caricatura moral de “La ciudad incendiada”, del pintor albañil Ludwig Meidner, que pintó con visión apocalíptica en 1913 la catástrofe de 1914, y que tenía su propia idea de una muerte grandiosa:
    

Me tiraré debajo de un tren para que sus ruedas puedan penetrar chillando en mi cráneo sereno.
    

El cuadro está en el Museo de San Luis y hubiera sido un detalle de Biden obsequiarlo al canciller Olaf, el de la cara de cascabel pisado, a quien vamos a armar con un ejército de cien mil millones de euros para defenderse de una potencia nuclear que, según la propia Otan, no tiene capacidad ni para salir de maniobras a la estepa, pero la Otan vive de estirar el chicle de la guerra fría como la Residencia de Estudiantes de estirar el chicle Lorca-Dalí.
    

A Sánchez, que ha decidido, a instancias de Bildu, que la Democracia Española (“la que con tanto trabajo nos dimos todos”) comenzó, por decreto (que en España es decir por cojones), en 1983, con Rumasa y los Gal (Felipe González ya es dominicano), lo han puesto en la cena a leer “La paz perpetua”, texto irónico de Kant:
    

Menos pum y más pan –ha dicho, citando al Fernán Gómez de “Bombas para la paz”, con guion de Elorrieta y Paso.


    Qué tropa.

[Viernes, 1 de Julio]

 

 

La ciudad incendiada, el auténtico Guernica