Locutorios
Para aprender Historia, Mérida
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Ayer, cuando supe que teníamos que despedir a Paco, dos quintas mayor que servidor, fui apuntando nombres en un recuento endemoniado que me da veinticinco compañeros fallecidos durante estos veintidós años del siglo. Veinticinco funcionarios de prisiones que se han ido antes de cumplir o recién cumplidos los 65 en esta prisión de Alcolea que ya hace tiempo nos empezó a parecer maldita cuando en pleno servicio fueron cayendo Juan Rosado, Joaquín, Begoña, Pepe Alors, Trigueros, Luis...y etc. Recién jubilados Alfonso, Pepe Gallardo...¡¡uff!! Veinticinco nombres que suenan como dolorosa letanía.
Se habla mucho estos días de "lo" que pasó hace 25 años, y en el Congreso, al parecer, unos cuantos en cuadrillitas van a escribir en papeles oficiales lo que a ellos les pareció aquel julio del 1997 y los veinte que pasaron desde el año 77 a ese mismo 97. ¡Bueno!, creo que van a espantar a los historiadores y van a poner en una ley su punto de vista de aficionados con el objetivo de que las modernas generaciones y las que están por venir comprendan estos últimos cincuenta años de vida de los españoles.
A servidor no se le ocurre hacer ley de sus recuerdos, alguno ya confuso, pero quiero dejar constancia de hechos ciertos que me tocó vivir por molestarme desvergüenzas que quieren ser vendidas como verdades absolutas en periódicos que se creen prestigiosos: "...no puede ser motivo de escándalo que una fuerza política como EH Bildu apoye una iniciativa legislativa y pida introducir aquellos postulados que satisfagan sus expectativas". Eso ponía ayer o antier en una editorial de El País que me ha llegado por el wasapp ése.
El 12 de julio de 1997 estaba de tarde en el Módulo 5 de la cárcel vieja de Córdoba. Era el primer día del turno. Hacíamos tarde, tarde, mañana, mañana-noche. Hice el recuento con el pin del maillot amarillo del Tour que me dieron con un L'Equipe del 87, de cuando fuimos a los Pirineos a ver a Perico Delgado, pinchado en el bolso de la camisa. El pañuelico sanferminero que empecé a llevar en la cárcel de Pamplona ya no me lo ponía. Creo que dejé de hacerlo tras el secuestro de Ortega Lara. En Córdoba había alrededor de una docena de presos de Eta. En mi módulo me salen cinco: A., que era el portavoz de todos; A2, que me quería convencer de que a José Antonio seguro que lo sacaban a ratitos de noche de donde lo tuvieran y veía el campo; F., que era medio gallego y se le recrudecieron las ínfulas nacionalistas euskaldunas bastante decaídas dos o tres meses antes, cuando empezó a venir una abogada con la que comunicaba vis a vis; U., melancólico y un tanto depresivo, que añoraba el vino de Rioja y los chuletones de a kilo; otro más había que ahora mismo no recuerdo el nombre, pero no se me olvida que engordaba en las huelgas de hambre. En el Módulo 2 había otros cinco y en Enfermería, uno: C., que había renegado de la banda hacía un año. "C. anda un poco deprimido", me decía A., que además de filólogo y etarra era del Real Madrid. "¿Pertur? A Pertur lo mató la policía española. Yo estuve con él, el día que desapareció" . El personal que anda a vueltas con la ley, creo que prefiere preguntar a tipos como A. antes que a las familias de los asesinados. A la de Pertur, sin ir mas lejos.
A todos los etarras con su nombre y apellidos pegados en la "g" o en la "i" de Egin les llegaba su periódico. Lo solíamos entregar los viernes por la tarde los de toda la semana. Antes había que revisarlos. El 12 de julio de 1997 fue sábado y los periódicos andaban en la oficinilla sin ser entregados. ¡Qué portadas aquéllas! ¡Qué tíos, y tías también sin duda, imaginando perversidades! Fui pasando las hojas mientras escuchaba la radio. Estaba solo. Hasta las cinco no se abría. La radio habló y les prometo que no sentí odio ni tuve malos pensamientos. Me embargó una sensación angustiosa. Una desazón que me impedía comprender tanta maldad y tan seguida. Un "¿cómo es posible? ¿cómo puede haber personas así? ¿A tanto llega el fanatismo?". A los pocos minutos se acabó la siesta de la población reclusa y subí a abrir a los internos de la primera comunicación.
Los etarras comunicaban los sábados. Era un privilegio que se asentó, por indicación de Madrid, claro está. Se les abría la celda un poco antes para que compraran en el economato: agua fresca en julio era lo más preciado en Córdoba. Comunicaban todos en el locutorio de mi Módulo. De pronto escuché voces. Me asomé al pasillo que iba del Dos al Cinco y ví cómo venía a paso ligero G. preso de Eta considerado "saborío" por todos, seguido de Pepe el interno de Economato que con una pala de frontón amenazaba con golpearle en la cabeza. Corrí y me puse en medio "Pepeee, ¡qué haces! ¡que te buscas una ruina!". José Gámez se paró al tiempo que G. entraba en el Departamento, al que yo había abierto la puerta de acceso, ya claramente corriendo y me soltó con los ojos rojos : "...¿pues no ha dicho que un fascista menos? Esto no puede ser, esto no puede ser. ¡¡Cómo se puede matar así a una criatura y alegrarse...!!" G. quería parecer malo y sin sentimientos, pero en realidad tenía muchos conflictos interiores. Le dieron una libertad muy contestada en la prensa (estaba condenado a más de 300 años), pero el caso es que sus demonios le arrastraron al suicidio con una escopeta del hermano. U. apareció muerto sin violencia en un saco de dormir dentro de una furgoneta. El que arrodilló a Miguel Ángel Blanco para que Txapote lo asesinara también se suicidó. En estos no se sabe si hubo arrepentimiento de algo. Quien si que renegó de verdad de Eta fue C., que al poco del asesinato del concejal hizo una declaración ante los medios de comunicación desde el rastrillo de la prisión.
-Don Javier, le han matado en Lasarte, mi pueblo.
-¿Por qué te metiste en la Eta?
-Porque me paraba muchas veces la Guardia Civil sin venir a cuento.
F. tuvo vis a vis esa tarde. Volvió al módulo contento. Experimentaba ayuntamientos carnales de los que no había disfrutado durante años. "Hay cosas que parecen tremendas, pero es la única manera de que se escuche al pueblo vasco." Y subió tan campante a la celda.
Los que escribían y mandaban el Egin a F. tienen una memoria privilegiada. Así lo creen las parcialidades que mandan en el Gobierno. Además, lo ha corroborado El País, y si El País dice, ¡santa palabra!