lunes, 2 de mayo de 2022

El presidente Gonzalo J. amenizó la fiesta obrera regalando la Puerta Grande de Madrid a un novillero con nombre de atolón

 


 

 JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ


[El sábado por la noche, durante el transcurso de una fraternal cena con buenos amigos en una casa de campo, la querida C. me dijo que estas reseñas de los toros mías eran muy largas, que pecaba de grafomanía y que debía esforzarme por hacerlas más breves. Yo le dije que las hacía como salían, por puro divertimento, dado que no tenían otra finalidad que la de satisfacerme a mí mismo. Luego, de vuelta a casa, pensé que en el día de hoy haría una cosa menos “grafómana”, para complacerla.]


Para este domingo 1 de mayo la razón social Plaza 1 programó una novillada del hierro de María Cascón, lisarnasios salmantinos, para los diestros David Garzón, Miguel Senent 'Miguelito' y Diego García, los dos últimos nuevos en esta Plaza. El público no se volvió loco por asistir a esta convocatoria, pese a lo tibio de la tarde, y aunque en la Plaza se juntó bastante más gente que la que hubo en la manifestación mañanera de la cosa sindical, los tendidos mostraron bastante más piedra que humanidad.


A los toros, para abreviar, podemos definirlos gráficamente con esa palabra que comienza en mier y termina en da. Sin paliativos. Blandos, descastados y faltos de la más mínima tauricidad fueron los seis pupilos de doña María, de los cuales la sardina que hizo primero y el flan chino que hizo sexto se vieron obligados a abandonar el redondel de Las Ventas arropados por la piara de don Florencio Fernández y por la silba unánime de lo que va quedando de afición. El remiendo a esas dos prendas consistió en juampedritis: un Parralejo y un Casa de los Toreros, Jandilla y Torrestrella, completaron la media docena que componen la corrida de toros contemporánea. Al remiendo del Parralejo que hizo primero le picó José Pires montado en nuestro querido caballo de la Barbie, y ambos se fueron al suelo cuando el tal Histérico, número 15, se colocó en los pechos del penco y aplicó la fuerza suficiente como para desequilibrarle. Eso fue lo más sobresaliente que pasó en ese primero, porque el resto fue sosería y descaste por la parte del de cuatro patas y vulgaridad y pesadez por la parte del de dos.
 

Tras los toque preceptivos y el descorrimeinto del cerrojo por parte del señor Martín, ataviado de barquillero, irrumpió en la arena de miga venteña Velosico II, número 1, de aire más lisar que ata, que se dedicó de manera esmerada a irse cayendo de diversas maneras a lo largo de su vida pública. Por la parte de los humanos, cero en la cosa del capote, cero en la cosa de la brega y luego, en la fase del muleteo de “Migueito”, una colección de trapazos de un aire muy rural, amplificados por un vientecillo que surgió, que fueron respondidos por el novillo a base de rotundos cabezazos.
 

Pitillito I, número 32, salió como los restantes que quedaban por salir, más ata que lisar. En este su característica primordial fue la mansedumbre huidiza y corretona, cobrando el animal dos vueltas completas al ruedo en sentido horario, A las ocho menos 18 culminó el animal su primera vuelta y a las 8 menos cuarto, la segunda. Lo que puso Diego García ante ese flujo de descaste y mansedumbre fue su muletilla, para que el toro fuese haciendo lo que le pareciese, mandando menos que la alguacililla. Los muchos paisanos que le acompañaban, diseminados por toda la Plaza casi consiguieron que le diesen una oreja. El Presidente, señor don Gonzalo J. de Villa Parro, se resistió a conceder un trofeo tan sin sentido y, a cambio, el torero se pegó una vuelta al ruedo, tercera que se daba si contamos las dos que hizo acompañando al toro.


En cuarto lugar le tocó a David Garzón la compañía de Farderito, número 17, cuya principal seña de identidad, aire de familia, era la de caer de mil maneras. Garzón, además, se las tuvo que ver con la incompetencia de la cuadrilla que supuestamente debía ayudarle, con lo que su calvario se vio aumentado. Lo que el torero planteó fue, de nuevo, otro poquito de vulgaridad.
 

El quinto, Velonero, número 10, debe pasar ya mismo a los anales ganaderos de la señora Cascón, dado que no se cayó ni perdió las manos ni una vez y eso que Navarrete le pegó en el espaldar con saña de buscador de petróleo. Ante ese animal, de embestida algo sosa, que lo mismo se aplomó de lo que le habían pegado, “Miguelito” planteó un  toreo a puñetazos y una selecta colección de mantazos más del gusto de unas fiestas patronales que de Las Ventas del Espíritu Santo.
 

Y, por fin, el sexto, que lo echaron y salió en su lugar Desbrozador, número 26, otras hechuras, al que le hicieron las cosas con más sentido. La brega de Mario Campillo y las aplaudidas banderillas de El Ruso dieron paso a una faenita bastante deslavazada de Diego García en la que brilló una serie de naturales, con uno extraordinario. Nada con la derecha, que no era el pitón del toro ése, y en vez de probar fortuna con una nueva y rotunda serie por la izquierda, opta por los fuegos artificiales esos de las trincherillas, enganchadas y cobra una estocada tan deficiente como efectiva. Los mismos de la oreja del primero pidieron y consiguieron que el usía le diese, vergonzosamente, las dos orejas del novillo, rebajando un poco más el nivel de la Plaza de Toros de Madrid, que por lo que vemos se encuentra en caída libre. Si el muchacho se cree que ese obsequio de sus amigos le va a servir de algo, va aviado.
 

El toreo de capa brilló por su ausencia a lo largo de la tarde aunque, al menos, tuvimos la alegría de ver a don Ignacio Ramón García Gómez lucir en el Palco una espléndida capa española, un elegante atuendo que se va perdiendo, tal y como le va ocurriendo a la seriedad de Las Ventas.

 

 
El paseíllo
 

 
El Guernica de la Barbie
 

El caballo de la Barbie



Bocata de jalufo