domingo, 8 de mayo de 2022

Remembranzas trevijanistas (II)



MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Doctor en Filología Clásica


Tuve el honor de ser invitado el día en que Gregorio Robles tomó su posesión de número en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en la preciosa Plaza La Villa, pronunciando una preciosa conferencia titulada “Comunicación, Lenguaje y Derecho. Algunas Ideas básicas de la teoría comunicacional del Derecho”. Y tuve la oportunidad allí de conocer a Manuel Fraga Iribarne, un año antes de su fallecimiento. Fraga iba en una silla de ruedas, pero su mente seguía siendo una máquina portentosa. Le aludí a su edición de Empresas políticas, de Diego de Saavedra Fajardo, publicada por Ediciones Anaya en 1972. Y me contestó con las primeras líneas de la obra: ”Serenísimo Señor: propongo a vuestra alteza la Idea de un príncipe político-cristiano, representada con el buril y con la pluma, para que por los ojos y los oídos ( instrumentos del saber ) quede más informado el ánimo de vuestra alteza en la ciencia de reinar, y sirvan las figuras de memoria artificiosa…” Me dejó estupefacto por su prodigiosa memoria, indemne ante la edad. ¡En silla de ruedas, meses antes de morir, y con la voz borrosa! Me dieron ganas de darle un abrazo con la misma pasión que los compañeros de club abrazan al delantero que ha metido un gol. Iba acompañado de una señora madura, pero mucho más joven que él. Lo miraba con amor y devoción. Nunca lo olvidaré.

Antonio García-Trevijano también había sido importante miembro de la directiva de AEPI, la Asociación de Escritores y Periodistas Independientes, agrupación que fue fundamental para terminar con el régimen quasiterrorista del felipismo. Juan Luis Cebrián, en un anhelo de servir a su señor, la había llamado el “sindicato del crimen”, cuando entonces los crímenes se perpetraban desde la cúpula del Estado, con casos como los GAL, Roldán, Lasa y Zabala, Segundo Marey, Paesa, o la Operación Mengele, que secuestraba mendigos de las calles de Madrid para hacer de conejos de indias con fármacos policiales empleados en posibles interrogatorios, y a consecuencia de la cual murieron dos y otros quedaron en un limbo del cual no han bajado.

Lo primero que me llamó la atención de Antonio fue lo que revelaba que había leído. Conocía a todos los clásicos, griegos y romanos, toda la poesía inglesa, género en el que nadie puede competir con Inglaterra, toda la novelería rusa, francesa, italiana y alemana, naturalmente nuestra gran literatura, y las obras de todos los grandes filósofos que configuran la mejor Historia de la Filosofía. Tuvo que invertir miles de horas voraces de lectura en su preciosa biblioteca de Pozuelo, sobre la que yo escribiría un artículo en ABC. Además, era entonces uno de los mayores expertos de arte en el país, hasta tal punto que las mejores instituciones y galerías le contrataban para certificar las obras de arte que iban a adquirir. El descubrimiento de un relieve de bronce de Donatello, el San Giovannino, se debe a él. Si a eso añadimos su erudición como jurista, su enciclopédica cultura en el mundo del Derecho, debo decir que sinceramente no he conocido en mi vida alguien con esa cultura tan variegada. Sin embargo, lo suyo no era el placer pasivo de esa inmensa cultura, el puro diletantismo, sino que su inmenso bagaje cultural lo utilizaba como fulcro para instaurar en España una Democracia auténticamente constitucional. Con razón Anguita lo llamaba “un príncipe de Renacimiento”.

Dormía muy pocas horas, y su resistencia física era portentosa. Lo mismo que su capacidad de trabajo. Parecía no cansarse nunca. Tenía un absoluto control a la hora de resistir el hambre, la sed y cualquier otra necesidad fisiológica. Si la redacción de un libro le había aumentado el peso por sedentarismo, era capaz de no comer nada durante días, y tener la misma energía y optimismo de siempre. Hacía duros ejercicios físicos todos los días, entre los que se encontraba la natación. Soportaba el dolor de modo verdaderamente heroico. Un día aludí a su capacidad de estoicismo, y a la resistencia del sufrimiento físico.

-Supe desde muy joven que mi vida se iba a entregar a la revolución, a traer la democracia formal a España, y me entrené para controlar mi cuerpo. No se puede ser moralmente digno si no tienes un cuerpo duro, que es capaz de mirar con desprecio lo que a otros les puede abatir. Por eso no soporto a los gordos que lo son por falta de voluntad.


El nuevo equipo que sucedió al equipo de Anson en La Razón fue implacable con el Apartado trevijanista OTRAS RAZONES. No dejó ni a uno. A mí me mandó un correo un tal José Antonio Álvarez Gundín, buen servidor siempre de sus amos, exigiéndome que las columnas que yo enviaba semanalmente al periódico se las mandase a él primero para darles su aprobación. Entendí el sentido de las palabras, y dejé de colaborar en La Razón. He visto ahora que aquel matarife de columnas libres dirige los informativos de Telemadrid bajo Ayuso. Las cataduras morales son complementarias. Y sin duda alguna será un magnífico mayordomo de cualquier amo de cualquier partido político.

Los recuerdos de la Guerra Civil le venían envueltos a Trevijano en terribles ladridos de perros. Precisamente el 18 de julio de 1936 cumplía los nueve años, y en ese día de su cumpleaños los grandes caciques y ricos de su pueblo granadino soltaron sus perros de caza para asustar a la gente que transitaba por las calles y posicionarse así, de esta manera tan extraña y hostil, a favor del Alzamiento Nacional. El miedo a los perros de Antonio, que era un hombre muy valiente, viene de esta impresión infantil. El gran Federico García Lorca había pasado largas temporadas en la casa familiar de Antonio, e incluso allí había compuesto algunas de sus canciones más famosas para el piano.

Creo que Antonio se confundió al crear su movimiento político MCRC ( Movimiento Ciudadano por La República Constitucional ), cuando debió haber fundado una asociación o fundación de carácter cultural solamente, para investigar la Historia y desarrollo de la Democracia, así como sus implicaciones en la filosofía moral. Su Movimiento político padeció los males propios de toda organización política, como son las luchas de poder, las envidias y la egolatría. Un movimiento cultural, sensu stricto, le hubiera dado a Antonio más satisfacciones personales, y hubiera pasado sus últimos años con la misma pasión en su búsqueda de la verdad y en la denuncia de la mentira, pero con menos disgustos. Dicho esto, el nivel moral que había en las personas que integraban e integran el MCRC está infinitamente por encima de las turbas y canalla que pueblan los partidos al uso. Eran y son en su inmensa mayoría personas idealistas que uno no ha vuelto a ver en España desde los años de la Transición. Personas de mirada limpia, generosas y con el corazón aún lleno de bellas esperanzas de libertad. Pero repito, tuvo que haber creado un instituto en el estudio de la Democracia y la libertad política, y no un movimiento político.

Amaba Trevijano la pintura figurativa porque amaba la verdad. Su obra Ateísmo Estético, Arte del Siglo XX ( De la modernidad al modernismo) es el mejor texto sobre arte que se ha escrito en España desde las obras de Camón Aznar sobre el arte griego. El arte del siglo XX se fundamenta en el nihilismo moral y gran parte de los artistas de hoy recuerdan a aquellos de quienes hablaba Erasmo, “cuanto menos talento tienen, más contentos están de sí mismos”. La propaganda igualitarista ha sepultado la idea prístina y clásica de autoridad (auctoritas) intelectual o estética, bajo los escombros de la barbarie del totalitario Estado de Partidos. Hoy cualquier maruja pide al concejal de cultura de cualquier ciudad de Occidente una sala para presentar sus engendros y abortos plásticos. Todos somos iguales. El vulgo de la belleza se espanta, como la nobleza de la cursilería. El igualitarismo del gusto y la cultura produce sólo épocas huérfanas de genios. La actual corriente igualitaria del gusto, impuesto por el sistema educativo, se desliza cuesta abajo hacia las anchas praderas donde pastan las emociones de las muchedumbres, hebetadas por la anticultura. El pueblo olvida allí que en lugar de placer, tiene aturdimiento. Ha tomado por costumbre admirar y someterse a lo que no comprende ni nadie sano comprende. Pues, tal como diría ya Tácito, “omne ignotum pro magnifico est” (De Vita Iulii Agricolae, 30).


[El Imparcial]