domingo, 29 de mayo de 2022

Remembranzas trevijanistas (V)



 

MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Doctor en Filología Clásica


Antonio García-Trevijano y Joaquín Navarro subieron hasta Alcañices para acompañarme en mi dolor. Estas cosas no se olvidan jamás, porque son prueba de amistad sincera y comprometida. Por cosas como ésta uno no es incondicional jamás de la propia ideología, que la puede estar representando un imbécil nauseabundo vendedor de feria, sino de las personas con humanidad, y hay personas con humanidad en todas las naciones, credos e ideologías. Yo soy un incondicional de la memoria de mis amigos Antonio y el juez Navarro. Joaquín siempre llamó a Antonio “nuestro tribuno” y en el cuerpo de su voz con dejes almerienses parecían entreverse los hermanos Graco o el mismísimo Saturnino. Joaquín era primo carnal del que fuera portavoz de la Santa Sede durante veintidós años y tocayo suyo, Joaquín Navarro Valls. Este gran médico y profesor de medicina, así como numerario del Opus Dei, tuvo una gran relación con su travieso primo y amigo mío en el Colegio Hermanos Maristas, de Cartagena, durante la adolescencia. Cuando el futuro opusdeísta trataba de dirigir al futuro juez por la senda de la más estrecha virtud, nuestro amigo solía decir: “Contra la castidad, cantidad”.

Durante la presentación de uno de sus libros, Antonio me presentó a Lita Trujillo. La antigua actriz mantenía aún parte de su gran belleza, y era extremadamente delgada, y lo que más me impresionó fue su delicadeza, sencillez y cercanía directa a la gente. La verdad es que era una mujer encantadora la esposa viuda de Ramfi Trujillo, y miraba a Antonio con verdadera devoción. Quizás con demasiada devoción. Luego he leído en los periódicos –ya muerto Antonio
que éste le debía 350.000 dólares que nunca le devolvió. No sé nada del tema, y no entro ni salgo. Sólo sé que en aquella época Antonio actuaba como una especie de padre espiritual, o mejor, como tutor de aquella divina actriz hollywoodiense, que parecía también tener problemas económicos con sus hijos, según Antonio llegó a revelarme. La dulzura que me mostraba sólo se explicaba por mi amistad con “su” Antonio. Era de esas mujeres que dejan huella.

Antonio, extraordinario abogado, tenía entre su clientela altas damas de la sociedad madrileña que sufrían maltrato, físico y moral, por parte de sus egregios y poderosos maridos. Fue entonces cuando me di cuenta de que la violencia del hombre contra la mujer –violencia sexual– no estaba focalizada en pobres borrachines ignorantes, sino que esta violencia familiar atraviesa todas las clases sociales, y que sólo puede ser erradicada por la educación y el código penal, claro.

Cuando uno lee a Trevijano te das cuenta en seguida del rigor etimológico con que utiliza las palabras. Trevijano usa las palabras en su sentido más original y prístino, lo que a veces le puede hacer algo oscuro para el que es lego en latín y griego. Y es que Trevijano adoraba el léxico de Roma (no conocía el griego clásico). Ahora bien, no permitía la “frivolidad” de escribir en latín en los periódicos, y tuve serios encontronazos con él cada vez que yo mandaba a la Prensa artículos en latín como modo de reivindicar la principal lengua de cultura occidental perseguida con saña por la barbarie de la nueva clase política ignara. Así lo debía entender Anson cuando en los tres medios bajo cuya batuta de capitán he navegado me ha permitido estas “frivolidades”. En el propio MCRC casi se produjo un cisma por haber salido en el periódico digital del Movimiento, Diario Español de la República Constitucional, mi artículo Calumniae Veteres Redeunt. El cisma se paró porque mandé inmediatamente la traducción. Todavía hoy se puede leer el texto en latín en ese Diario. Estoy seguro de que detrás de aquel posible cisma no estaba Antonio, al que le molestó mucho mi desobediencia reiterativa, pero no tanto como para entrar en estertóreas jeremiadas. Había otras personas algo oscuras que le intentaban instilar veneno.

En una de las grandes fiestas anuales que hacía La Razón de Anson, esperaban a Antonio en una salita del periódico varios líderes de la oposición guineanoecuatoriana para mostrarle su cariño y apoyo frente al Dossier antitrevijano que había en su día pergeñado el PSOE con el apoyo de algún traidor guineaenoecuatoriano, a fin de quitarle de la dirección política de la Platajunta, que pugnaba por la ruptura, y así poder desactivarse a la misma y optar por la Reforma pilotada por los demócratas vendidos. Yo creo que fue una grata sorpresa preparada por Anson, amigo de Trevijano. El Dossier había relacionado a Trevijano con los crímenes perpetrados por el dictador Macías Nguema, al que sucedería su sobrino Obian Nguema, y a un enriquecimiento con la preciosa madera guinieanoecuatoriana, gracias a la prevaricación orquestada que cometieron las propias autoridades guineanas a favor de Antonio. El líder de la oposición Andrés Moisés Mba Ada manifestó aquella noche que ambas acusaciones habían constituido una mentira podrida, “y que Guinea Ecuatorial jamás sería el perro que mordería la mano de su verdadero libertador, que era Antonio García Trevijano”. La verdad es que me emocionó oír llamar a mi amigo “nuestro libertador” por parte de seis guineanos ya mayores que le esperaban en aquella salita de La Razón antes de comenzar la fiesta. También me conmovió el hecho de saber por ellos que miles de guineanas habían puesto de nombre a sus hijos el nombre de aquel libertador amigo mío. Antonio García-Trevijano había sido el epónimo de su verdadera independencia. Trevijano había ideado una independencia con una constitución democrática fundamentada en las grandes virtudes de la negritud guineana, como la hospitalidad y la fraternidad. Una Democracia clásica apoyada en la antropología milenaria de los habitantes de Guinea Ecuatorial. Pero pronto la independencia liberadora y humanista ideada por Trevijano topó con la “cupiditas regni” y el numen basileólatra de Macías, que quería perpetuarse en el poder de un modo autocrático y violento. Si Trevijano lo apoyó con claridad como líder en los inicios, cortó con él en seguida, en el momento en que comenzó a verle hechuras de tirano. Respecto al falso enriquecimiento aquellos mismos guineanos, amigos y representantes de Severo Moto, dijeron que la independencia de Guinea a Antonio sólo le había traídos gastos, al alojar, corriendo él con los gastos, en los hoteles de la capital de España a todos los líderes independentistas que negociaron con el régimen de Franco la independencia de la colonia española.

En la comida Antonio era de gustos sencillos y tradicionales. Le encantaban los chuletones de Ávila, y un plato especialmente grato para él eran los huevos fritos con patatas fritas, que solía pedir en los restaurantes de carretera cuando viajaba, pero que dejó de pedir cuando descubrió que la cocina de sartenes había desaparecido casi por completo en nuestra cocina, y que los nuevos bárbaros cocineros solían freír los huevos en la misma plancha de la cocina. “La cocina española desaparece si desaparecen las sartenes”, me dijo un día.

[El Imparcial]