lunes, 9 de mayo de 2022

San Isidro'22. Bolitas de carne Montalvo para Luque, el del café, Simón, el de la vulgaridad, y Lorenzo, que arrambló con la oreja de la rifa presidencial. Márquez & Moore


 Luque, de azul noche y oro viejo, en vilo por una oreja que no cayó

 

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

Otra Feria de San Isidro más que nos echamos a las costillas, tras dos años sin Feria por culpa de los chinos o del Gobierno o de Bill Gates. Lo primero, al llegar, hay que tener un recuerdo y echar una oración por todos los que ya no están, que ya empiezan a ser demasiados. Lo segundo, constatar que la entrada para la primera corrida de Feria tras dos años sin Feria no era de las de ponerse a tirar cohetes. Por lo demás, la habitual mugre en todas las partes visitables de la Plaza, que esto no nos lo estamos inventando y como prueba aportaremos el hecho de que nos hemos encontrado tirado un programa de la corrida número 42 del año 2019, toros de Fuente Ymbro para Morenito de Aranda, Pepe Moral y José Garrido, que lleva por la Andanada desde el 14 de junio del 19, casi dos años y parece que fue ayer. La barandilla que llevaba años sujeta con cinta de embalar, la han soldado hace unos días. Gracias, Plaza1.


Para esta primera corrida del llamado por la prensa seria “abono isidril”, que eso de “isidril” suena como a algo del Señor de los Anillos, la UTE Simón Casas SAS y Nautalia Viajes, SL enviaron a sus veedores hasta Salamanca, a los predios de la Agropecuaria Trespalacios S.L. a adquirir seis galanes herrados con los círculos concéntricos del hierro de Montalvo, antiguo hierro de doña María Montalvo, esposa de don Antonio Pérez-Tabernero, pura mitología charra que burla, burlando, devino en juampedreo. Dicen que tienen además no sé qué de Martínez, y que lo llevan por separado. Vaya usted a saber, que lo mismo tienen al tal Martínez disecado, como ese toro enano que hay en el pasillo del tendido junto al  9 y que siempre que paso a su lado me recuerda, no sé por qué, al Julián de San Blas.

Bueno, pues la cosa ganadera con todo su juampedreo, no brilló a gran altura y se quedó en gayumbada si lo que uno quiere ver en el ganado es casta, acometividad, fiereza, pujanza, fuerza e inteligencia. Ahora bien, si lo que se busca en el toro es bondad franciscana, ganas de agradar, firme propósito de no crear problemas y ese punto de blandura que te hace ver cada lance, cada pase, con el interrogante de si el bicho se va a caer o no antes o durante, no se dude que Montalvo puede llegar a ser una de sus divisas favoritas. El punto más flojo del encierro lo marcó el primero, Calabrés, número 90,  una bolita castaña que, incluso por su capa, tenía más de flan Dhul que de toro, donde el castaño de la capa representaría la parte superior del flan, una vez en el plato. Ni el pobre Calabrés se explicaba cómo fue capaz de derribar el arre sobre el que cabalgaba Juan de Dios Quinta, que se llevó una costalada morrocotuda. Esa circunstancia propició dos fuertes y sinceras ovaciones, que ya se van haciendo habituales en la Plaza: la primera al penco y a sus monos cuando consiguieron restablecer la verticalidad del penco, la segunda a Quinta y a los monos que le auparon de nuevo a la silla para recuperar su posición de jinete de caballo enfaldillado. La lidia y muerte de este toro le correspondió a un viejo conocido, Daniel Luque, cuyo padre tuvo una vez la gentileza de invitarme a un suculento café. Luque, elegantemente vestido de azul noche y oro viejo, apenas nada pudo hacer con el flan Dhul: intentar que mantuviera su cuadrupedismo era su misión más importante y lo consiguió algo más en los muletazos a media altura por la derecha que en los pocos que dio con la izquierda. Labor de enfermero de clínica privada la de Luque con Calabrés y luego eutanasia a la primera, que envió al animal al Valle de Josafat.


En su segundo, Atleta, número 33, Luque dio la mejor dimensión de sí mismo y dejó los más interesantes momentos de la corrida. Atleta, para hacer honor a su nombre, se dedicó a corretear por la Plaza sin querer sujetarse a nada, en plan mansurrón, saliendo suelto de los capotes, del caballo y de las banderillas, no haciendo ni caso a los estímulos que se le ofrecían y mostrando cierta querencia a irse a chiqueros. Tras esa caótica situación dada en los dos primeros tercios, Luque se va a los medios y ahí a base de oficio y de bien hacer, de manera muy técnica y racional embebe al toro en la panza de su muleta y le recoge con mucho mando en la salida del pase, una, dos, tres, cuatro veces y consigue parar al toro, la rodilla flexionada y el toro muy toreado, en una demostración muy hermosa de lidia y de poder. Hasta ahí llegó la ilusión, porque Luque es torero al que hemos visto centenares de veces y luego su concepto es el que es, o sea lo de citar con el pico, lo de echar la pata atrás, lo de ventajear todo lo que se pueda y, de final, unos fuegos artificiales para halagar bajos instintos, tirar el espadín de mentira –como hace Ferrera- y ahí trenzar una mareante fantasía de pases cambiando la muleta de mano y acabando con un farol. Mi opinión es que el toro que él había labrado de manera tan inteligente al final se le fue sin torear. Le metió una estocada tendida de efecto poco efectivo y el toro se murió al cabo de un rato. Las gentes pidieron la oreja ésa que piden siempre y el Presidente estimó que hoy no era el día.
 

El segundo de la terna fue Alberto López Simón, reconocible por tener en su haber 5 Puertas Grandes en Madrid. Su primero, Maniático, número 63, otra bolita de carne castaña, presentó signos de debilidad manifiesta lo que llevó a muchos a pedir su devolución. También cantó eso que le dicen “clase”, que significa su disposición a embestir sin crear problemas y a ser bueno, obediente y aplicado. El Presidente optó por mantener al toro en el ruedo y así el animalito pudo expresar sus bondades para el último tercio. A este animal le había recibido López Simón con unas verónicas de ducha, de esas que damos todos con la toalla alguna vez; su paso por Babieca y por banderillas no es como para ir al Cossío, aunque debe reseñarse por justicia la eficaz brega de Juan José Domínguez. La única parte reseñable del trasteo del diestro de Barajas fue su disposición al cite de largo, que todas las series las inició a buena distancia haciendo correr al toro. La faena se fue yendo a menos, y el afán de Maniático no fue capaz de inspirar en López Simón otra cosa que vulgaridad, ventaja y brusquedad. En su segundo, Tarambano, número 88, un hondo toro negro de seiscientos y pico kilos, comenzó en los medios con dos pedresinas y luego planteó un trasteo demasiado largo en el que dejó patente que nada tenía que decir. Mató de estocada baja.


El tercero en discordia de esta tarde tan agradable de domingo fue el toledano Álvaro Lorenzo, que en su primero fue la cara opuesta de Luque en cuanto a poso y conocimiento. El toro se llamaba Lírico, número 68, y verdaderamente que algo de lirismo había en su educada embestida, su ausencia de malos pensamientos y su calidad de carretón. A esas óptimas condiciones, manifestadas y amplificadas por el magisterio de Curro Javier con el capote, Lorenzo opuso la violencia de un innecesario recibo por bajo y castigador en vez de irse de largo y citar a darle fiesta al cuadrúpedo. El toro, que era medio tonto y no aprendía, ni acusó ese sindiós y siguió regalando su disposición y sus buenos modales mientras el torero chafardeaba de lo lindo, ahogaba la embestida del toro, no entendía su disposición a acudir a la media distancia, y cosechaba enganchones y dos pérdidas de la herramienta laboral. Al final el toro daba la impresión de haberse dado cuenta del desperdicio que se había hecho con él y ya embestía como harto, demandando una estocada trasera y caída que le pusiera en manos de los destazadores, que esos sí que son unos profesionales de los buenos. Cuando salió su segundo el entusiasmo por Álvaro Lorenzo era perfectamente descriptible: conversaciones, un rumor de voces charlando de cosas diversas, un vientecillo suave que preludiaba la llegada de la noche fue el paisaje que encontró Cartero, número 71, a su salida. Los peones le cogieron gato al tal Cartero,  y este llamó hasta ocho veces, que ocho fueron las veces que intentaron banderillearle, cosechando la vendimia de seis banderillas en el suelo y tres en la espalda del toro cuando el usía mandó cambiar el tercio. Luego Lorenzo comenzó su trasteo con ese odioso cite con el pico y de pronto, toreando por naturales, el toro le atropelló y posiblemente le caló. Se sobrepuso el muchacho y continuó su labor de la que poco hay que decir, si acaso que se medio justificó un poco en el toreo al natural, despegado y de expulsión. Mató de manera eficaz a la primera y esta vez el Presidente, tras el examen del forro de sus entretelas, decidió regalarle una oreja de nulo peso y menor valor. Esto último no debe enfadarnos, porque lo que nos espera ahí mismo, a la vuelta de la esquina, va a ser la traca.

 


Atleta era el torete

 

ANDREW MOORE



LO DE LUQUE







LO DE SIMÓN










LO DE LORENZO





FIN