domingo, 22 de mayo de 2022

Remembranzas trevijanistas (IV)




MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Doctor en Filología Clásica


En el mencionado Congreso de la Lengua, en Santo Domingo de la Calzada (Simposio Internacional. El consenso político degenera el idioma), tuve la oportunidad de conocer al gran Hermann Tertsch, amigo y admirador de la figura de Trevijano, al que tampoco gustó nada el acíbar un tanto cruel ofrecido como regalo por Gabriel Albiac el día del nonagésimo cumpleaños de Trevijano. De aquella época viene mi amistad con este valiente periodista y hoy acérrimo defensor de los siete Derechos Humanos básicos que preconizaran ya en su día la gigantesca figura del padre Francisco Vitoria y sus compañeros y discípulos de la dominica Escuela de Salamanca, sita en el Colegio San Esteban, como Melchor Cano, Covarrubias, Antón de Montesino, Pedro de Córdoba, Bernardo de Santo Domingo, Francisco Suárez o el mismo Bartolomé de Las Casas, y que Tertsch abandera como eurodiputado en todas aquellas tierras en que los regímenes marxistas rebajan al hombre a una cosa din derechos.

El libro de Antonio, Frente a la gran mentira, editado por Espasa en 1996, representa una obra cumbre del pensamiento político. El título se lo sugirió el desafortunado Jesús Neira, un liberal extremo y un poco desesperado, casi darwinista, que falleció a consecuencia de los golpes sufridos por un machista violento, y a mí Antonio me envió las primeras pruebas. Yo le sugerí que salvara al viejo Platón de Las Leyes, que no justificaba en ningún caso la mentira del gobernante, en contraposición a la mentira útil del joven Platón preutilitarista, a la que sólo aludía Antonio. Antonio me hizo caso en esto y en otras pequeñas sugerencias que humildemente le hice y que tocaban al Mundo Clásico. Yo lo tomé como gesto delicado de un amigo superdotado.

Trevijano era un ateo honesto y convencido, pero muy respetuoso con los hombres de fe y muy sensible a las expresiones plásticas de la fe, de las que habló con maestra agudeza ponderando muy bien los sentimientos religiosos que latían en el corazón del artista. No soportaba a los sacerdotes y teólogos que pugnaban por demostrar la existencia de Dios a través de su soberbia razón, pero tampoco toleraba el ateísmo militante que perseguía a los creyentes.

Con el advenimiento de la Democracia, Adolfo Suárez nombró como primer Presidente del Senado a Antonio Fontán, uno de los más grandes latinistas españoles de la segunda mitad del siglo XX junto a García Calvo, Miguel Dolç y Carmen Codoñer, y buen intérprete de la historiografía romana. En los últimos años de Franco había combatido con su amigo Antonio García Trevijano, a quien le salvó de un atentado de aquel régimen contra su vida, a la Dictadura desde el diario Madrid, defendiendo la Monarquía Parlamentaria y haciendo entrever que el No a De Gaulle de la editorial del diario era en realidad un No a Franco. Obviamente Emilio Romero interpretó el mensaje, “se lo chivó” a la autoridad, y el diario Madrid se volatilizó. Pero Trevijano se encargó de que la volatilización se llevase a cabo a través de una espectacular voladura, de suerte que su estruendo sonase en todas las cancillerías europeas. También fue Ministro Antonio Fontán durante tres años de Administración Territorial bajo Suárez. SM Don Juan Carlos I lo nombró Marqués de Guadalcanal. Es así que la Filología Clásica aparecía rutilante en el fastigio del nuevo régimen político inaugurado por Don Juan Carlos I.

“El factor republicano” es el título que Antonio García-Trevijano puso a su Segundo Libro en su última gran obra política, Teoría pura de la república. En él se estudia, de forma clara y distinta, como exige el método cartesiano, y tras un concienzudo análisis de aquel deplorable presente político, la génesis de la República, su significado político y su representación formal y actuante en el mundo, así como el espíritu republicano. Y llegado a este punto, deberíamos precisar cuándo Antonio se declaró republicano, pues si bien pudo serlo en latencia durante muchos años, no se declaró púbicamente como tal hasta finales de los años ochenta. Lo que fue siempre fue un demócrata y un estudioso de la Democracia, pero sólo su ruptura con Don Juan y, obviamente, con su hijo, lo situó en el republicanismo sensu stricto. Personalmente creo que su alejamiento de la esfera de Don Juan en los años ochenta lo fue haciendo republicano, un republicano prudente que no quería saber nada de la truncada IIª República. “Alabar aquella demagógica república de trabajadores es fortalecer la actual monarquía”, solía decir.

En su obra Pasiones de Servidumbre, Antonio taxonomizó con frenesí tabulador todas las malas pasiones del político del consenso, como un nuevo Teofrasto o La Bruyère taxonomizando caracteres humanos. Y del mismo modo que el autor griego y el francés sirvieron para crear a los personajes más verosímiles en el género literario del teatro, yo creo que esta obra de Trevijano es insoslayable a la hora de subir a las tablas teatrales caracteres políticos del llamado conseno. No estaría mal que un Fermín Cabal levantase un drama político con los caracteres políticos de la Transición ornados con las pasiones de servidumbre de un Trevijano.

En mi artículo “Estadólatras avispas”, publicado en ABC el 10 de septiembre de 1995, que tuvo su repercusión teórica en el caso GAL, siendo citado por algunos juristas inmersos en la causa, desarrollé desde el Mundo Clásico la muy querida idea de Trevijano sobre que los jueces no pueden ser funcionarios, porque no sirven al Estado, sino a la sociedad. Este servicio social les hubiera obligado a investigar con más contundencia el CESID en julio de 1995. Véase mi artículo “La Oreja de Dionisio”, en el ABC del 19 de julio de 1995. Por aquella época los trevijanistas estábamos preocupados en que el vicio y la virtud no pueden cambiar de nombre por variar de partido. Lo que para el PP habían sido vicios horrendos los pecados del felipismo, no podían convertirse en virtud con el aznarismo triunfante. Esto venía a colación por el propósito inicial de Aznar de intentar velar u ocultar los crímenes de Estado que se habían perpetrado en la época felipista (vid. mi artículo “Responsables Nuevos antes Hechos Viejos”, del ABC de 28 de mayo de 1996). A Antonio le decepcionó la figura de un Aznar tan prudente que por miedo a que “algo” se quebrase quiso ocultar las inmoralidades de la razones del Estado felipista; sobre todo porque no le había caído mal el Aznar de la oposición, y suponía que el “cambio” iba a ser más profundo.

[El Imparcial]