domingo, 25 de julio de 2021

Qué monada de gansos

 

Abc, 8 de Mayo de 2002


Ignacio Ruiz Quintano

 

Un columnista del Times, dicen que el periódico católico patrocinado por judíos para chasquear a los protestantes, llama tontos a los europeos, y hasta los europeos más encastados —léase los españoles, que suelen tolerar a los tontos y hasta envolverlos en simpatía— salen doliéndose de la banderilla.

Que los europeos llamen tonto al presidente de los americanos es una cosa, y otra cosa es que los columnistas americanos llamen tontos a los europeos. ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¿Que los europeos han corrido en auxilio de Arafat? Bien, pero también han corrido en auxilio de Chirac, con lo que eso supone para detener al fascismo, esa cosa, por cierto, que en Europa, cuando no ha estado prohibida, ha sido obligatoria. «Una perfecta uniformidad en el saludo nacional es una prueba de cultura y una demostración de disciplina», se decía por aquí no hace tanto tiempo. Ahora, y por las mismas gentes, se dice todo lo contrario. Pero, salvo Chomsky, que se ha pasado, el hombre, toda la vida convencido de que América es el paraíso del fascismo, ¿qué saben de fascismo los americanos?

De entrada, «tontos» es una palabra muy seria. Licurgo, uno de los sustentáculos del Estado de Derecho, enseñaba a enseñar a los niños a robar y también a castigarlos al pillarlos en ello: no por ladrones, sino por tontos. De aquí, quizás, esa suerte de contrato social europeo en fuerza del cual «nos toleramos, nos engañamos y nos aburrimos mutuamente», aunque también tenemos el fútbol, que sirve a la sociedad para dramatizarse a sí misma y a su tontería. El peligro está en que el tonto con el tonto arman una guerra civil, y, para prevenirlo, hemos de dotarnos de gansos.

«¡Qué monada de gansos!», exclamaban las madres de la época de las humanidades, cuando sus hijos, al volver de la escuela, les contaban la historia de los gansos capitolinos que con sus gritos de alarma salvaron a Roma de los galos. Para Peter Sloterdijk, el papel de aquellos gansos lo hacen hoy la prensa, en general, y en particular, la Escuela de Fráncfort, según él una versión social-liberal de la dictadura de la virtud asociada con el arribismo periodístico y académico. «¿No habría que alertar alguna que otra vez contra los alarmistas? ¿De qué le sirve a la opinión pública un ganso solista que grazna un aria de locos cuando es imposible ver a un solo moro en toda la costa? ¿O es el ganso que alerta de los moros el que decide qué es un moro?»

El joven Sloterdijk apunta nada menos que al viejo Habermas —o «Jabermás», como dicen los españoles devotos de su «patriotismo constitucional»—, el «gran comunicador» de la socialdemocracia, quien, a todo esto, apunta este año a premio gordo en Oviedo. La conclusión de Sloterdijk es que a la época de los hijos hipermoralistas de padres nacionalsocialistas, cuyo lema sería «los fascistas son siempre los otros», le ha llegado su hora final. «Hijos de hijos: he aquí un capítulo de la psicología de izquierdas.»

En América, exenta de pasado, todo parece más sencillo. La derecha gana las discusiones con tres argumentos únicamente: sí porque sí; no porque no; y sí pero no. Y la izquierda las pierde porque, como graciosamente tiene dicho Irving Howe, no quiere apoderarse del gobierno, sino del Departamento de Inglés: los retruécanos de Derrida que Habermas desprecia los vuelven locos. Bien mirado, ¿quién nos asegura que la instauración del milenio de paz universal y justicia entre los hombres no es otro retruécano? Y, si no tienen fascismo, ¿para qué van a alimentar gansos? Chomsky es un don Julio Casares, pero en «bolchevik», que quiere decir «mayorista».

 


Chomsky