domingo, 19 de julio de 2009

EL CHULO Y EL LINDO


Por José Ramón Márquez


El chulo lleva unas grandes patillas de bandolero de la Sierra, por eso los niños de su pueblo, que es Jerez de la Frontera, le llaman El Patillas. Se lía el capote de paseo de la forma que le parece y suele hacer el paseíllo con una franca sonrisa en su rostro. Torea lo que le echen. Admira a los toreros del siglo XIX y cultiva un aspecto parecido al de aquellos. También mata muchos miuras, toros que ya se mataban en el siglo XIX. En Pamplona suele correr el encierro de la corrida que matará por la tarde. Ha recibido cornadas muy fuertes en Pamplona, en San Sebastián, en Sevilla. Los detractores le desprecian llamándole bullidor, pero él está contento de ser como es y trata de no defraudar a su público y a su gente. Los detractores lo niegan, pero además del toreo arrollador y valiente que le ha dado nombre y cartel, el ciclón de Jerez es un torero que conoce la lidia, tiene oficio y es capaz de hacer un toreo templado y asentado. Él piensa que un torero debe arriesgar hasta donde él mismo esté convencido que debe arriesgar, pero, a veces, “cuando se está delante del toro, llegas a faltarle el respeto porque confías mucho en ti mismo”. Pide: “Necesito que Madrid entienda mi toreo.” Entretanto, va matando todo: Miura, Victorino, Adolfo Martín, Cebada Gago… Las actuaciones frente a las ganaderías que hacen temblar a tantos a veces las remata arreando un cabezazo al toro. Es un héroe popular. Hace cien años le habrían hecho coplas de ciego. Ahora rechazan contratarle en Madrid.

El lindo es muy pulcro cuando sale a la plaza. Hace el paseíllo como colocando los pies con cuidadito para no pisar mal. Ahora que va cumpliendo años, se le ha ido poniendo un aire melancólico de pasante de abogado decimonónico, quizás de aquellos que padecían tisis. Nunca fue la alegría de su pueblo, que es Galapagar, pero ahora casi da pena verle cuando anda por la plaza con tanta pena. “¡Nadie más solo que yo!”, cuentan que dijo Gallito a la muerte de la señá Grabiela. Al lindo no se le conoce dicho alguno, porque no habla. A cambio, tiene cantantes que le hacen ripios, ministros que le dan medallas de ida y vuelta, plumas que le ensalzan, seguidores que…le siguen. ¿Y qué siguen? Pues una pena. Una honda pena que este hombre transmite al mundo y para el mundo, una pena sin motivo y sin razón, pero que acrecienta su leyenda de hombre apenado, de hombre serio, grave, triste y acongojado. Admira a Manolete y dice que trata de imitarle, pero olvida que el Monstruo de Córdoba es un torero del pueblo, cercano a las gentes en su marchosería y comprendido en su drama personal. Del cordobés ha tomado las manoletinas, para completar el retrato imperfecto que pretende hacer de él, pero no ha tomado la suficiencia técnica del III Califa, ni su torería mamada desde la cuna. Al lindo no le gustan los Miura, ni ninguna ganadería que meta miedo. Él tiene bastante con pasear su figura triste por esas plazas, desmadejado y como ausente en el triunfo –falso triunfo cantado de antemano–, dado que no conoce el fracaso. Pide muchísimo dinero y la pobre empresa de Madrid no le contrata.
(En la imagen de S., Juan José Padilla inicia el paseíllo en Sanlúcar de Barrameda el 18 de Julio de 2009)