Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Hispanista es todo aquel que, previa declaración de amor a una de las dos Españas, consigue que lo inviten a cualquier mesa para ponerse como el chiquillo del esquilador. En la industria del hispanismo, Iam Gibson es uno de los grandes. Conocí en “Cambio 16” a una correctora que, donde yo escribía Gibbon, ella ponía Gibson. Y no había vuelto a tener noticia del tal Gibson hasta que el otro día leí que ha sido nombrado embajador del vino andaluz para plantarle cara a la Salgado, una ministra en lucha perpetua contra el vicio que parece arrancada de la comitiva de damas que en “La diligencia” acuden a despedir a la puta tierna y al doctor alcohólico para asegurarse de que, en efecto, abandonan el pueblo.
Esa ministra, desde luego, no tiene el don de la ebriedad: “Y, sin embargo –esto es un don–, mi boca / espera, y mi alma espera, y tú me esperas, / ebria persecución, claridad sola, / mortal como el abrazo de las hoces, / pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.” Pero ¿lo tiene Iam Gibson? Porque el vino andaluz, como bien sabía Fernando Villalón, es filosófico. De hecho, el borracho andaluz, según se ha dicho, apenas da bofetadas ni dice injurias, aunque, a cambio, es muy corriente que predique sermones y formule sentencias.
–El vino de Jerez no lo hace éste ni aquel fabricante –explicó Villalón–. Lo hacen los dioses. Y ése del vino de Jerez es el secreto de toda esta Andalucía, que puede vivir con un poco de pan, agua y vinagre. No es que seamos perezosos. Es que nos sobra el tiempo. No tenemos nada que hacer. Aquí todo lo hacen los dioses.
La ministra –y cuantas mujeres han hecho de la soltería una profesión– confunde el alcoholismo con el vino. Cuando Ortega dijo que el vino es un problema cósmico no estaba invitando al Estado, como cree la ministra, a mandar a los guardias a nuestras casas para requisarnos las jícaras. Ortega sólo quería decirnos que el vino, que fue antiguamente un dios, seguía siendo una de las fuerzas elementales de la vida. Dicho por Villalón:
–Toda la ciencia andaluza es la de valorar la vida en su lugar, o sea, después del vino y de la gracia de un lance de capa. El vino puede matar al bebedor, el toro puede matar al torero. Conformes. Pero hay un problema previo: ¿qué vale más, la copa, la vida, el pase por alto? ¿Qué vale más?
A Iam Gibson yo sólo lo imagino con whiskey. Y, por toda gracia, gritando al camarero: “¡Y éste se lo apunta usted al Partido Socialista Obrero Español!”

