Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Mbappé hizo un gol de Mbappé, corrió a la banda, puso su dedazo sobre el escudo… y mandó a callar al piperío ronceril que asola al Bernabéu y que llevaba toda la noche pitando… ¡a Tchouaméni!, sólo porque así se lo habían indicado al rebaño (llevan haciéndolo desde que vino) los perros ovejeros de la presa.
“Se acabó la diversión, / llegó el Comandante / y mandó a parar”, canturreaba el becerro de Carlos Puebla cuando lo de Cuba. Y a parar mandó Mbappé el jueves a ese Bernabéu del piperío ronceril que sabe de fútbol lo mismo que sabe de toros la gorra del acomodador de Las Ventas, que también ha visto a muchas figuras.
–Es que aquí hemos pitado a todos los grandes, oiga usted. A Di Stéfano. A Cristiano. A Bale. A Vinicius…
¿Y a Ito? ¿Y a Tote? ¿Pitasteis alguna vez a Gravesen? No, pitan a Tchouaméni, un futbolista portentoso que juega mareado por un entrenador cazurrón que sigue sin dar con un equipo que no se deje apalizar por esa banda municipal de Casadó que es el Barcelona de Flick, el alemán vestido de mecánico de la Volkswagen, el coche del pueblo, en San Pedro de Villamayor, el pueblo de Casadó.
El piperío ronceril aguardaba la noche madrileña de Copa para patear a Ancelotti en el culo de Aureliano (me cuesta un mundo escribir Tchouaméni sin vuvuzela) por la frustración de la paliza en la Supercopa de Arabia. En el desastre de Arabia (¡el Annual del Madrid!), Aureliano jugó en el puesto que el piperío ronceril da por adjudicado a Asencio, que se quedó en el banquillo para disgusto, precisamente, de Aureliano, que, como persona muy inteligente que es, odia jugar de central, pues sabe que en ese sector está obligado a defender lo suyo, que es todo el frente de ataque, y lo de Lucas Vázquez, que es todo el flanco derecho. ¿Cómo luciría Aureliano en un centro del campo organizado por Flick? Seguramente, igual que luce en un centro del campo organizado por Deschamps. En el centro del campo organizado por Ancelotti no luce porque tácticamente, y en todas sus variantes, es un descalzaperros que hasta el propio Ancelotti da órdenes de saltárselo con patadón de Courtois a seguir, por si la fortuna hace que el balón le caiga a Vinicius o a Mbappé, sus dos bichos.
El Madrid de Ancelotti continúa malgastando en títulos menores más fuerzas que los prestigios que ganarlos procuran, y la Copa es uno de ellos, pues sólo sirve para importunar al equipo en lo más importante de la pelea por la Champions, y tal como está la cosa, para pedir por Amazon otra paliza de Casadó (¡se dice pronto!) que engorde el Relato culerón. La goleada liguera de octubre y la goleada supercopera de enero indican que aquí no se ensaya nada. ¡El “trial and error” (ensayo y error) de la ley biológica que invocaba Ortega en su célebre artículo “Bajo el arco en ruina”, que no miraba a Courtois, aunque lo pareciera.
Asencio, bien, pero ante el Celta se comió el gol de Bamba y cometió el penalti de Alonso, así que los males son más de equipo que de centrales, donde sigue ardiendo Rudiger, que no conoce el descanso. Y cuando todo apuntaba a una eliminación salutífera, salió al campo Endrick para meter al Madrid en cuartos con dos goles de arte que dedicó, no a Ancelotti, sino… ¡a Rudiger! Dijo el chico que él con Ancelotti no habla mucho, que el que le enseña lo que le conviene aprender es Rudiger. ¡Un delantero centro brasileño instruido en su oficio goleador por un defensor alemán!
–En el vestuario, cuando estamos serios, me llaman Endrick, pero cuando estamos contentos, me llaman Bobby. Hoy me dicen Endrick –declaró el triunfador de la noche, un detalle que nos devuelve a lo de Franco con “don Manuel”, que para lo malo le llamaba Iribarne, y para lo bueno, Fraga.
Resultó una noche copera para estar serios: primero por la clasificación, que no traerá nada bueno. Luego, en la duermevela, amenizada por Rivero vendiéndonos a Broncano, daba verdadero coraje ver al Celta con Mingueza y Alonso en las bandas, y el campeón de Europa, con Lucas Vázquez y Fran García. Y los pitos, a Aureliano.
[Sábado, 18 de Enero]

