Jackson Pollock
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Durante su presidencia, Harry Truman madrugaba para ir a la National Gallery antes de que la ciudad se hubiera despertado. Su paseo matinal consistía en disfrutar, solo, ante las pinturas. En el 48, inspirado por los Holbeins y los Rembrandts, anota en su diario: “Es un placer contemplar la perfección y luego pensar en los vagos y chiflados modernos. Es como comparar a Cristo con Lenin”. Lo cuenta Frances Stonor Saunders en su documentadísima investigación sobre “La CIA y la Guerra Fría cultural”. Porque eso que los liberalios llaman pomposamente “Occidente”, no es, desde el 45, otra cosa que un trampantojo de la CIA, que, en pos de un mundo “de izquierda no comunista”, inventó la socialdemocracia europea, esa aguachirle para patos que nuestra Constitución bárbaramente define como “Estado social y democrático de Derecho”.
–Y ahora, conectamos en directo con la guerra fría de la cultura –era un gag recurrente de la BBC.
La CIA nació en el 47, bajo el mandato de Truman, que había lanzado un par de bombas atómicas en Japón, aunque el enemigo, para él, estaba en otra parte, donde “el comunismo niega la existencia de Dios”. La luz, pues, contra las tinieblas, fuera de la lógica.
–A la imaginación que tiene base se le llama conocimiento; a la ilusión que es coherente, se le llama verdad; y a la voluntad que es sistemática, se le llama virtud –es la cita de Santayana con que la autora del ensayo describe el proceso mental por el que este tipo de distorsiones llegan a dominar un proceso histórico.
¿Cómo pasamos de Cristo a Lenin? Al contrario que Truman, que tenía formación plástica, Eisenhower, un militar, situó en el arte moderno el “pilar de la libertad”. Y lo razonaba a su estilo (en contra del republicano Dondero, para quien el arte moderno formaba parte de una conspiración mundial para debilitar la moral americana): “Qué diferente es en la tiranía –decía Ike–. Cuando los artistas se convierten en herramientas del Estado, en propagandistas de una causa, la creación y el genio se destruyen”. Etcétera. Y su West Point fue el Moma, convertido en “una moderna Academia Abstracta”, sobre tres principios definidos por Lincoln Kirstein: “Improvisación como método, deformación como fórmula y pintura… como diversión manipulada por decoradores y vendedores impacientes”. “Voilà” el Impresionismo Abstracto. El único impresionista abstracto que no tragó fue Ad Reimhardt, rojo recalcitrante, que condenó a sus compañeros, caídos en la codicia y la ambición.
–A Rothko lo llamaba “fauvista de agua dulce de la revista Vogue”, y a Pollock, “trasero de Harpers Bazaar”.
Pollock fue designado por el mando como el gran pintor americano: nacido en un rancho de ovejas y entregado al gran vicio de Hemingway: “ser un borracho”. De Kooning soñó que Pollock entraba al bar abriendo de un golpe la puerta, como un vaquero, y gritando: “¡Pinto mejor que nadie!” Murió en un accidente. Como Occidente.
[Viernes, 20 de Diciembre ]