Abc
A la tertulia futbolera de ABC vino esta semana Camacho, que es un señor de Murcia, con lo que, sentada a su lado, Rosa Belmonte tenía algo de Ninette en esta pensión del fútbol que sigue siendo España los lunes, que en esta ocasión (porque el Madrid jugó en Reyes) era martes.
Para mí Camacho será siempre el tío que secó a Cruyff, a quien yo admiraba, en el Bernabéu, pero mis hijos sólo lo recuerdan como el dedo del número uno en Polaris World.
El dedo de Luis Miguel señalando al número uno de la tauromaquia en Madrid y el dedo de Camacho señalando al número uno del turismo residencial en Murcia.
Camacho, entrenador dos veces estrellado en el vestuario del Madrid (ese vestuario debe de ser el nido del cuco del fútbol), acabó de seleccionador de la China, donde resulta que aburre el tiquitaca, pues el equipo que más público arrastra mete a unas veinte mil personas en el estadio.
Camacho culpa al ping-pong, que es el deporte nacional (desde luego, un país que ha conocido el ping-pong no se va a cambiar al tiquitaca), aunque también es verdad que en Qatar el entretenimiento nacional son las carreras de camellos y han comprado un Mundial.
Se pongan como se pongan los jefes de ventas, veinte mil personas en la China representan estadísticamente menos que los niños de la matanza de Herodes, descontados en una aldea como Belén los mayores de dos años, las niñas y hasta el propio Jesús, que escapó.
Lo que quiero decir es que Camacho, que ha pasado allí dos años, nos ha pinchado el globo chino y la ilusión de la China, que era el dinero corriendo como un río de leones.
–¿Dinero chino? ¡Menos lobos!
Así que en Madrid, a los gatillazos de los Juegos Olímpicos y las ruletas de Eurovegas, hay que añadir este gatillazo de la China que nos trae Camacho.
La China de verdad está en España: es la cultura del trabajo doble por la mitad de sueldo, rematada con una galleta de la suerte con frase-pensamiento de Paulo Coelho.